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Árbol que crece torcido...



Tal parece que, en la lista de lo que uno debe hacer al menos una vez en la vida, se incluye el grabar un corazón en el tronco de un árbol, o recargar la espalda en él para leer un libro a la sombra de su follaje. Lo curioso es que rara vez nos detenemos a mirarlo; es decir, a mirarlo con atención, a descubrir sus detalles, su textura, sus características únicas.

En esta ocasión vamos a omitir la información botánica de los tipos de troncos y sus múltiples funciones. Limitémonos a mencionar que el tronco le confiere al árbol estatura, sostén y dignidad, Por él corre la savia que lo alimenta, de él surgen las ramas en las que se producen sus hojas, sus flores, sus frutos, por él suben y bajan infinidad de especies que lo habitan.

El tronco no sólo le es útil al árbol. Su madera es uno de los recursos renovables más importantes. Desgraciadamente hemos abusado de esto, y no hemos tenido el cuidado de restablecer lo que consumimos sin conciencia alguna. Y esto no es un mal de la modernidad (aunque en efecto, como en tantas otras cosas, en nuestro tiempo hemos abusado): Civilizaciones antiguas desaparecieron en parte por la deforestación que causó la construcción de sus ciudades y el cambio climático que esto trajo consigo. Un ejemplo de ello, según algunas investigaciones, es nuestra cercana Teotihuacán, que al parecer terminó por incendiarse. Pero así como hemos explotado sin control este recurso, algunos de nuestros semejantes han aprendido a renovarlo con un éxito que deberíamos aprenderles. Es el caso de Nueva Zelanda, uno de cuyos ingresos más importantes es la exportación de madera, cuya plantación y cultivo realizan con decenas de años de anticipación y tras una planeación rigurosa que ha mostrado sus frutos.

Porque el consumo de madera sigue teniendo sus ventajas. No sólo es mucho más bella una caja o una silla de madera que una de plástico, sino que además, tratándose de un material orgánico, si ha sido tratada adecuadamente, su desecho puede reintegrarse a la tierra y alimentarla en su momento.



El tronco de un árbol es un chismoso incorregible. En él podemos leer la historia de su individuo como en una biografía. Sabemos por ejemplo que los anillos que observamos al cortarlo nos revelan su edad. En ellos descubrimos los tiempos de abundancia y de sequía que han padecido, conocemos las amenazas e invasiones que los han atacado, podemos averiguar su origen y especie con asombrosa precisión…


Los troncos con formas irregulares suelen ser el resultado de tres o cuatro semillas que produjeron otros tantos árboles originales, y que con el paso del tiempo terminaron por fusionarse en uno solo
No todos los troncos son cilindros perfectos


En el campo rara vez encontramos los troncos perfectamente cilíndricos y rectos que vemos en algunos jardines clásicos o en las alamedas, y la razón es bien simple: Lo que hoy nos parece un árbol con base en forma de trébol, es en realidad el resultado de tres o cuatro semillas que germinaron cerca y dieron origen a otros tantos árboles individuales, mismos que con el paso del tiempo terminaron por fusionarse en uno solo, dando así la forma irregular a su tronco.





Cada tronco tiene sus rasgos únicos que lo distinguen. La corteza de una especie es completamente diferente a la otra. Unas, como las del fresno y el encino, al hacerse adultas adquieren una textura rústica, que va formando rombos y otras figuras geométricas bellísimas. Otras, como la de los álamos y los eucaliptos, se van desprendiendo por capas, y dejando esos patrones de diferentes colores que fascinaron tanto a los pintores del siglo XIX. Algunos más forman pequeñas lenticelas y otros elementos horizontales que parecen renglones, o bien son agrietados en tiras que parecen pelo, como el de los ahuehuetes. Esta belleza y variedad nos han ido inspirando para encontrar uno y mil usos para la corteza, desde decorativos hasta agrícolas o utilitarios.

Algunas de las formas más hermosas e interesantes que observamos en el tronco de un árbol se deben a heridas y enfermedades sufridas a lo largo de su vida. Un árbol cultivado en un invernadero, a partir de una sola semilla, y protegido siempre de los peligros, probablemente tendrá ese aspecto limpio y recto del que hablábamos antes. Muy útil para delimitar espacios y decorar paseos, pero poco atractivo. Difícilmente nos detenemos a mirar un tronco perfecto. Pero cuando encontramos uno con formas extrañas, bultos y desviaciones, nos fascinamos observando sus particularidades. Estas formas suelen ser cicatrices que nos hablan de su historia, señales que el tiempo pasa y dice que han sucedido cosas, que ha habido dolor, pero el árbol ha sabido sobreponerse y no solo sanó, sino que se hizo más bello, más interesante, más atractivo. Si los seres humanos nos acostumbráramos a mirar con otros ojos nuestras cicatrices…


La sabiduría popular sentencia que “árbol que crece torcido, jamás su tronco endereza”. Y probablemente sea verdad. De lo que no estoy segura es que esto sea tan grave como pretendían hacérmelo pensar mis maestros en la infancia. La huerta está llena de árboles que carecen de un tronco recto y perfectamente vertical, y sin embargo se mantienen orgullosamente de pie y son productivos. En algunos casos, el fuerte viento que soplaba siempre de un lado mientras crecían los fue inclinando. Es el caso de algunos guayabos, olivos y membrillos. Otros lo hicieron porque buscaban recuperar su espacio vital. Eso pasó con un nim que plantamos demasiado cerca de un ficus. La presencia del segundo le parecía invasiva al primero, así que fue buscando su distancia a base de perder la vertical, declarando así su independencia, sin que esto lo hiciera en absoluto menos estable y saludable. Mis favoritos son dos casahuates que tiró el viento hace muchos años. Ahí, donde cayeron, decidieron seguir viviendo y dando vida. Quizá el tronco no se enderezó, pero produjo bellísimas ramas perfectamente verticales que los convirtieron en una delicia para la vista y un marco perfecto para nuestro jardín de meditación.

El marco perfecto para el jardín de meditación

Conozco a varias personas que en la vida han sufrido heridas, se han caído, se han alejado de sus vecinos buscando espacio vital o han perdido la vertical por mil razones y hoy, cual robles gigantes, embellecen el mundo en el que vivimos con sus cicatrices a la vista y su follaje convertido en hábitat de mil especies y sombra para otras tantas.

Algunos árboles se producen heridas a sí mismos






Guayabo productivo a pesar de la inclinación









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