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Un respiro para el alma y un apapacho para el corazón









Las cosas están feas. Más feas de lo que supusimos, de pronto más feas de lo que creímos poder enfrentar. No es sólo la situación de salud. Es también el miedo, la soledad, la situación política, económica, social… Cada uno de nosotros lidiamos con nuestra propia circunstancia, con lo que tenemos, lo mejor que podemos. Llevamos mucho tiempo con la esperanza de “una luz en el camino”, pero seguimos a tientas.



La comunidad de Huerta San José la pasa igual que el resto del mundo. No somos ejemplo de nada ni para nadie, pero al menos somos una comunidad. Ha habido momentos dolorosos, temores colectivos e individuales, angustias, frustraciones y sobre todo grandes pérdidas, pero seguimos aquí, y seguiremos mientras se pueda. Hoy queremos compartirles algunas ideas que nos han ayudado, no porque lo hagamos mejor que otros, sino porque estamos seguros de que nuestros amigos podrán ampliar esta lista y juntos nos podremos apoyar para estar mejor.


Quiero comenzar por decir que Huerta San José es, ante todo, una comunidad. No es una casa particular, no es un centro de producción, no es un equipo de colaboradores, y mucho menos un negocio. La comunidad de Huerta San José es grande, y está formada por grupos sólidos de amigos que participan y dejan huella. En tiempos de aislamiento el contacto directo ha sido casi nulo, aunque el espacio amplio y el aire libre nos ha permitido encontrarnos esporádicamente, pero en este bendito siglo XXI ha habido otras formas de estar cerca. El zoom sabe demasiado a junta de trabajo, pero en cambio los mensajes personales, los chats comunitarios y las llamadas frecuentes nos mantienen en contacto. Quien libremente ha decidido continuar con sus tareas de manera presencial, ha sido bienvenido, y nunca agradeceremos suficientemente la prudencia y los cuidados con los que lo han hecho. Gracias a ellos, la Huerta sigue viva, aunque la producción haya disminuido. Esta es una forma de participar, pero hay tantas otras… Alguien consiguió un condensador de oxígeno cuando se necesitó. Alguien llevó comida preparada a quien estaba enfermo, dejándola en la puerta para no comprometer la cadena de contagios. Alguien más hizo una llamada cuando necesitaba ser escuchado, y encontró quien escuchara; alguien se hizo una prueba cara y molesta para poder venir a visitarnos...

Unos ofrecieron apoyo profesional, otros organizaron grupos de oración o encendieron una vela, y por supuesto hubo quien mantuvo el estado de ánimo haciéndonos reír o despachando imágenes y pensamientos que elevan el espíritu. Cuando una colaboradora nuestra se lesionó (porque las demás cosas siguen pasando), una fisioterapeuta se trasladó regularmente desde otra ciudad para ayudarla a recuperarse.


Un amigo compartió todos los días, sin faltar uno solo y ya casi por un año, una canción diferente, interpretada por él, y en muchas ocasiones, de su propia autoría. Todos manifestaron cariño y solidaridad como pudieron.


Solidaridad. Creo que es la palabra que mejor describe lo que se vive en Huerta San José. Es en las situaciones límite donde se conoce mejor a las personas y se aprende más. Y por esto, agradecemos la oportunidad que las dificultades nos regalan. He aquí un testimonio valiosísimo que nos comparte un miembro fiel de esta comunidad:


“Para mí, una forma de afrontarlo es saber que puedo aportar algo, en mi caso, ofreciendo mi persona para contribuir con el conocimiento científico que le dará al mundo un recurso para combatir el bicho. Si algo tan pequeño ha causado lo que ha causado, tengo la seguridad de que mi cuerpo, que mide (solamente) un poco más, puede contribuir a enfrentar esto. Encontré un anuncio en el que buscaban personas voluntarias para la prueba de una vacuna. El protocolo lo lleva a cabo una institución que es de mi absoluta confianza, que es el Instituto de Nutrición (INCMNSZ), así que decidí participar y ya lo estoy haciendo.”[1]


Ante tanta generosidad, muchas veces me pregunto qué puedo hacer yo. Quisiera correr a abrazar a los que la pasan mal, pero de momento simplemente no es prudente. Y entonces pregunto a mis amigos cómo lo hacen y me admiro de los recursos y la creatividad con que lo logran. Todas y cada una de las ideas que ofrecen me sirven, y por eso las comparto.


Van más testimonios:[2]


“Descubro que una forma de dar amor y ser solidario es hacerse responsable de uno mismo. Si yo estoy bien, puedo estar para los demás… o al menos complicarles menos la vida. Por eso cuido mi salud, física y mental…”

"Al principio me desesperaba mucho de no tener qué hacer. Me puse a recuperar los hobbies de cuando era joven, para entretenerme, y luego me di cuenta que podían ser útiles. Entonces para Navidad, en lugar de bordar cojines y cuadritos para decoración, hice unos tapabocas personalizados, con las tres capas diferentes de tela que dicen que tienen que tener, y con material lavable y resistente para que se pudieran usar mucho. Les bordé los nombres de cada uno y esos fueron mis regalos. Ahora estoy pensando qué otra cosa puedo hacer."


“Hace tiempo que dejé de hacer planes. Bien dicen que, si quieres hacer reír a Dios, le cuentes tus planes. Hago paz con la incertidumbre respecto al futuro y acojo lo que me presenta el momento presente”.

“Ha sido difícil aprender a estar sola. Pero darme cuenta de que estar conmigo misma no es necesariamente soledad, me ha ayudado. Soy la única persona de la que no me puedo alejar, así que más me vale caerme bien. No siempre lo logro; a veces me parezco francamente insoportable. Pero hoy busco acompañarme a mí misma con la compasión que tengo hacia los demás.”



“La meditación y la contemplación de la Naturaleza me ayudan a mantener la estabilidad y el buen ánimo. He descubierto que el silencio puede ser un gran aliado.”


"Yo tenía un puesto en el mercado que cerró. Era el ingreso de mi familia y necesitaba seguir trabajando. Pero tengo una moto con la que me puedo mover, entonces fui dándole mi teléfono a todos los del pueblo y hago mandados. Cualquier cosa que necesiten comprar, mandar, conseguir, yo lo llevo y lo traigo y así la gente no tiene que salir. Lo que más me encargan es comprar comida o medicinas, pero en Navidad también ayudé a repartir regalos”.


“Hay mucha gente en la calle que no quiere usar cubrebocas, y otros que se enojan y les tiran mala onda por andar repartiendo el virus. Yo creo que más bien no saben para qué sirve, entonces yo compré unos de esos que venden en la farmacia, que dicen los doctores que son buenos pero no son tan caros, y los traigo en el morral. Cuando veo a alguien sin cubrebocas le regalo dos o tres y le explico por qué es bueno que lo use.”

“Casi no puedo hacer nada. Mi negocio cerró, se me murieron mi esposo y mi hija, yo soy de las que dicen de riesgo y no puedo salir… Lo único que hago es estar en mi casa y tratar de no quejarme. Pero lo que sí he aprendido es a dar las gracias, porque siempre ha habido quien me eche la mano de una forma u otra. No dejo entrar a nadie porque les prometí a mis otros hijos que me iba a cuidar del contagio, pero tengo mi teléfono y todos los días les pregunto a la gente cómo está, si necesita algo, o muchas gracias por lo que ha hecho. Un vecino se reía de que yo les preguntara si necesitaban algo, porque decía que, si alguien me contestaba que sí, cómo les iba a ayudar. Pero cuando él necesitó un doctor, yo desde mi casa me puse a hablarle a todas las personas que conozco, hasta que conseguimos a uno que pudo venir a verlo”


“Soy uno de los afortunados que logró superar la enfermedad. La pasé muy mal, pero ahora encuentro sentido acompañando a otros que están enfermos, compartiendo mi experiencia, poniéndolos en contacto con médicos, proveedores de oxÍgeno y medicamentos, y apoyando a sus familias, que generalmente no saben qué hacer”


"Mi hermana es doctora y fue de las primeras en contagiarse. Le fue mal, pero ya se recuperó, entonces lo que ha hecho es abrir su casa para que quienes están convalecientes puedan estar ahí hasta que recuperen las fuerzas. Consiguió a dos enfermeras que también ya habían superado la enfermedad, y ellas le ayudan. Dice que sacó la idea de una película que vio mientras estaba enferma, en la que hacían eso durante la Primera Guerra Mundial”.


Seguramente cada uno de los que tengan la generosidad y el tiempo de leer esto podrán ampliar los testimonios. Aquí en la Huerta, confinados como todo el mundo, la lavanda ha sido fuente de armonía y paz. Un verdadero respiro para el alma, un apapacho para el corazón. Los próximos blogs tratarán sobre este tema. Por mi parte no queda más que agradecer la oportunidad que esta circunstancia nos ha dado para descubrir el potencial humano. Seguiremos aquí.














[1] Prometí mantener el anonimato de estos testimonios. Quienes la conocen, saben quién es [2] Respeté el vocabulario de cada uno, pero me permití corregir las faltas de ortografía y agregar algunos signos de puntuación para hacer más fácil la lectura

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