Se acerca la primavera, la época en que la vida vuelve ¡De tantas formas diferentes! La primavera ha sido siempre un tiempo que echa la mente a volar. ¿Qué sembraremos esta temporada?
Para compartirte lo que planeamos aquí en la Huerta, tendré que hacer un poco de historia. No ya la historia de la Huerta, de la que he hablado hasta aburrir, sino de la Historia, ésa que va con mayúscula. Una Historia larga, que según algunos es lineal, y según otros, cíclica, y tiende a repetirse. Sea una u otra, las experiencias del pasado deberían servirnos para aprender, y decidir qué repetimos y qué cambiamos. Pero estoy desvariando. Va lo que trato tan desordenadamente de comunicar.
Corría el siglo XV y las cosas estaban cambiando más pronto de lo que las personas podían asimilarlo.
Mil años antes, una serie de hechos y circunstancias habían hecho caer al grandioso Imperio Romano de Occidente. Recalco aquí que sólo cayó la mitad occidental de este imperio porque, siendo nosotros occidentales, creemos que murió todo, lo que solo demuestra un poco nuestra corta visión. El Imperio Romano sobrevivió muchos siglos más, sólo que trasladó su capital, su grandeza, sus conocimientos y sus costumbres al Medio Oriente. En fin, que en Europa, tras la llegada de unos grupos a quienes los romanos llamaban “bárbaros” (lo que en realidad significa “extranjero”), las cosas se pusieron complicadas, los caminos se volvieron peligrosos, el comercio decayó, el conocimiento se guardó en abadías y el poder se pulverizó. Alguien llamó Edad Media a este periodo, sólo porque los seres humanos tenemos la necesidad de poner nombre a todo.
Esta Edad Media empieza a languidecer mucho antes de lo que nos han contado los libros escolares de Historia, pero para nuestro relato vamos a respetar la cronología comúnmente aceptada y viajar al siglo XV. Lo que todo el mundo recuerda: se inventó la imprenta y se descubrió América.
Parece como si la conjunción de dos elementos diera naturalmente la existencia del tercero. Tan simple como unir hidrógeno y oxígeno para obtener agua. O como si la receta de la sopa de milpa dijera “Pones en una olla agua y milpa y ya está”. Vamos, que la sopa de milpa, como dijimos en algún blog pasado, lleva calabaza, rajas de poblano, granos de elote, hongos, cebolla, jitomate… Igualmente, eso que llamamos Renacimiento tiene muchos más ingredientes que la imprenta y Cristóbal Colón. Digamos que la siembra y cultivo de estos cambios comenzaron desde tiempo atrás. Pero para el tema que nos ocupa, vamos a considerar estos hechos, y analizar algunas consecuencias que causaron el fin de una era y el principio de otra. Estas consecuencias son, básicamente, el gran incremento en el conocimiento, y la posibilidad de acceder a él.
Buena parte de este conocimiento que llegó a Europa a fines de la Edad Media ya andaba por ahí. Los árabes, por ejemplo, habían guardado y cultivado la sabiduría griega, pero como la cristiandad estaba peleada con ellos, no había fácil acceso. El detalle es que los turcos, que venían de más allá queriendo ganar territorio, finalmente llegaron a Constantinopla en 1453 y tiraron lo que quedaba del Imperio Romano de Oriente. Entonces pasó lo que pasa siempre que se tira un edificio: los habitantes salieron hacia todos lados con sus bártulos, incluyendo en este caso sus libros y su ciencia. Esto no era nuevo: ya doscientos años antes, un señor llamado Tomás de Aquino estudiaba los textos de Aristóteles con gran inteligencia. Como decíamos, el Humanismo había empezado desde mucho antes. Pero también el saber de Oriente había estado llegando, primero a cuenta gotas y luego a lo bestia. Marco Polo se traía sus recuerdos de la China, incluyendo fideos, tinta, pólvora y especias. Para el siglo XV instrumentos llegados de allá le dieron un gran impulso a la navegación. El astrolabio y el sextante, por ejemplo.
Si no sabes qué son, tienes dos opciones: preguntarle al señor Google o aceptar simplemente que son instrumentos que permitieron a los marinos alejarse de las costas sin perderse en altamar. Cosa que a los portugueses les pareció una buena idea, pues con los turcos en el Medio Oriente el comercio de especias se había complicado. Esto sí nos lo enseñaron en la primaria. ¡Cómo serían de importantes la pimienta y otros condimentos que causaron todo un cambio de era! Fue así como los hombres de mar se encontraron con otro continente, aunque en un primer momento no entendieran que de esto se trataba. Pero no imaginemos que un día, por equivocación, llegó un astrolabio a manos de Colón y se preguntó ¿Qué haré con esto? ¡Ya sé! ¡Voy a descubrir América! Como dirían los jóvenes de hoy: ¡obvio no! El señor, al igual que todos los de su época, había leído ya muchos libros, y tenía argumentos para lanzarse a la aventura fundamentados en conocimiento añejo. Esto era posible gracias al otro hecho que nos brindaba un 10 en el examen de Historia: el invento de la imprenta.
De nuevo, se atribuye el mérito casi exclusivamente a Gutenberg, pero hay muchos antecedentes. No importa, lo relevante aquí es que la posibilidad de hacer miles de copias de un mismo libro, permitió que muchas personas tuvieran acceso a ese conocimiento que se venía generando. Hay que añadir a esto que, a inicios del siglo siguiente, algunas personas señalaran la importancia de leer la Biblia para conocer a Dios, y ello implicaba que era importante SABER LEER. Es muy romántica la imagen de Lutero clavando sus 95 tesis en las puertas de la Catedral de Wittenberg, pero la gente no corrió ahí a leerlas. Estas tesis fueron impresas y distribuidas para placer de todo aquel que quisiera cuestionar es statu quo. Y es que esa fue la principal consecuencia de estos dos hechos, es decir, del incremento de conocimiento y la posibilidad de su difusión: el ser humano comenzó a cuestionar lo establecido.
El paso de la Edad Media al Renacimiento pudo tener como impulso el incremento cuántico de conocimiento y el acceso al mismo, pero para que el cambio se diera era fundamental que hubiera mentes que se preguntaran qué hacer con esto. Los nuevos descubrimientos generaron preguntas nuevas, para las cuales no había respuesta en “lo de siempre”. ¿Cómo que hay un cuarto continentes, si Dios hizo todo de tres en tres? ¿Cómo que allá hay seres que no conocen a Dios? ¿Los habrá creado él mismo? ¿Se van a ir al infierno por no conocerlo? ¿O será que no son personas, que no tienen alma, y por eso no importa? (…y de paso podemos usarlos para nuestro beneficio). ¿Cómo que la Biblia tiene dos versiones de la creación del hombre? ¿Cómo que la Tierra no es el centro del Universo? Si Jesús nació aquí… Y luego, más peligroso aún: ¿Cómo que Dios le dio el poder a los reyes? ¿Dónde dice? Preguntas y más preguntas. Preguntas nuevas, preguntas sin respuesta: ¿Qué viene después? Esta es la más angustiosa de todas. A los seres humanos no nos gusta la incertidumbre, a pesar de que vivimos permanentemente en ella. Como necesitamos respuesta a nuestras preguntas, y como lo de hoy no nos la ofrece, tendemos a buscarla en el pasado. Los hombres de entonces las buscaron en los clásicos, en Grecia y Roma, y de ahí el nombre de Renacimiento. Pero esto de mirar atrás es común. Va uno al médico y éste pregunta “¿algún antecedente en la familia?”. En cuanto el adolescente comienza a cuestionar los valores de sus padres, averigua sobre sus orígenes. Así somos.
Todo esto para decir que la Humanidad está viviendo un cambio de era tan importante como la caída del Imperio Romano o el fin de la Edad Media. Las similitudes son enormes.
Volvamos a la simplificación escolar de los dos elementos fundamentales: En cuanto al conocimiento, podemos ver los avances científicos y tecnológicos sin precedentes, muchos de los cuales nos dejan con más preguntas que respuestas. Y la enorme e inmediata difusión de los aprendizajes y las ideas gracias a Internet, equivalente a la imprenta moderna.
Pero la similitud con el siglo XV va más allá: nos damos cuenta de que el mundo no es como lo pensábamos, los esquemas y referentes con que contamos no nos sirven, somos conscientes de que algo nuevo debe venir… pero no sabemos qué. Y, al igual que los hombres renacentistas, al no poder adivinar el futuro, volvemos la mirada hacia atrás: regresamos a nuestras raíces en todos los sentidos, revaloramos las culturas primitivas, la medicina ancestral, la producción orgánica de los alimentos, la veneración de la Naturaleza, las primeras comunidades cristianas o las estructuras comunitarias de los pueblos indígenas… El hombre se hace siempre dos preguntas: de dónde vengo y a dónde voy. En esta mirada retrospectiva buscamos el de dónde vengo, pero estamos atorados en la insatisfacción del hoy, y parece que somos incapaces para descubrir o generar un hacia dónde voy. Y esto es lo mismo a nivel individual o como especie. Estoy impresionada con la cantidad de personas que, como yo, se preguntan ¿qué quiero para el resto de mi vida? O al menos para el futuro mediato, porque, gracias a la ciencia, hoy vivimos demasiado tiempo como para pensar en hacer lo mismo durante un siglo. Lo mismo sucede a nivel global. En el siglo XV se acabaron los pequeños feudos y nacieron los Estados Nacionales, se cuestionó la autoridad divina del rey y se fue gestando la democracia. Hoy, este concepto parece gastado, insuficiente, pero es tan políticamente incorrecto cuestionarlo que no veo quién esté buscando su alternativa.
Y sin embargo, algo nuevo tiene que surgir. Como he dicho en blogs anteriores, la Pandemia nos dio la oportunidad para detenernos a reflexionar. Pero parece que se acerca el momento de las decisiones. En el siglo XV nadie pensaba que estaba viviendo el final de la Edad Media, y mucho menos llamaban Renacimiento a lo que venía. Pero los cambios llegaron. Hoy, con mayor conciencia y libertad de la que teníamos entonces, existe la oportunidad de generar ese nuevo mundo, de CREAR la forma de vida que queremos para nosotros, para los demás, para las futuras generaciones. Ya no sólo se trata de aceptar el devinir, seguir la corriente y cruzar los dedos para que esto salga bien: hay una responsabilidad, individual y colectiva, de construir la nueva realidad.
¿Qué tiene que ver todo esto con Huerta San José?
Como sucede en cada momento de cambio, volvemos a nuestros orígenes y rescatamos la misión central de la huerta:
“Huerta San José nace como un espacio de convivencia
para vivir la experiencia de contacto con la Naturaleza
y participar en la creación de manera activa,
estableciendo una relación constructiva con la comunidad,
en la cual se experimente una libertad de espíritu fecunda y creadora
que invite al crecimiento”.
Queremos devolver a Huerta San José su vocación como espacio para la reflexión y el crecimiento. Ésta ha sido la experiencia permanente a lo largo de nuestra historia, y los cientos de personas que la han visitado pueden constatarlo, pero hoy queremos enfatizar la intención de ofrecer la oportunidad de vivir experiencias que nos eniquezcan y ayuden a transformarnos para crear ese Mundo con el que soñamos.
¿Significa eso que dejaremos de producir lavanda y sus derivados? ¿Abandonaremos la hortaliza, los frutales, el sendero ecológico y el blog? ¡No! Se trata de sumar, no de restar.
Estamos viviendo uno de esos “momentos estelares de la Historia”, un cambio radical de era y, como sucedía con el hombre del Renacimiento, no tenemos idea de a dónde vamos. Tenemos nuevas preguntas, para las cuales no hay aún respuesta; se nos ha aparecido un Continente en el camino que llevábamos hacia Catay y aún no podemos nombrarlo. Pero podemos inventarlo. Comencemos por casa. Bienvenido todo aquél que quiera participar.