Comenzó la pandemia y pretendimos continuar con nuestra labor cotidiana, conscientes del privilegio de estar aislados, y por tanto protegidos de la amenaza exterior. Seguimos cosechando lavanda, regando los frutales y sembrando hortaliza… hasta que la realidad nos alcanzó.
El primer síntoma de que las cosas no serían fáciles lo advertimos desde el mes de enero, cuando descubrimos que algunos de nuestros envases eran fabricados en China e importados vía Singapur. Como los comprábamos a un distribuidor local, no habíamos imaginado el trayecto que recorrían para llegar a nuestro taller. Buscamos un productor cercano, pero no encontramos el mismo formato. Esto implicaba cambiar formulaciones, etiquetas, presentaciones… y lo hicimos. Entonces se cancelaron los eventos para los cuales habíamos recibido pedidos, y nos quedamos con el producto. Nada diferente de lo que le está pasando al mundo entero.
Los servicios empezaron a fallar, faltó la energía, nos quedamos sin comunicación… Cuando éstos regresaban, dejamos de contar con insumos, o decidimos prescindir de ellos por considerarlos necesarios para atender las necesidades más apremiantes. El alcohol, por ejemplo. El 90% de nuestra producción depende de la mano de obra, pero la salud de nuestros colaboradores es prioritaria.
Había llegado el momento de cambiar de rumbo.
En un blog anterior hablamos del significado rutina, término derivado de la palabra ruta, como referencia al camino a seguir para llegar a un punto deseado. Pero, ¿qué hacer cuando la ruta se interrumpe?
Imaginemos que vamos caminando por el bosque, disfrutando el entorno y ejercitando los pulmones. De pronto, frente a nosotros aparece una zanja profunda, tan profunda que no podemos ver el fondo. Si continuamos al mismo ritmo, lo más probable es que caigamos en el abismo, y hasta ahí nuestra historia. Para sobrevivir, lo primero es detenerse y observar. Supongamos que regresar por el mismo camino no es una opción. En el bosque quizá lo sería, pero en la vida real, el pasado ya pasó y no es posible volver a él. ¿Qué hacer entonces? Si la distancia hasta el otro lado es salvable, quizá decidamos brincar. Claro, no al paso que traíamos. Hay que retroceder un poco, correr, tomar impulso y saltar con fuerza. A veces el abismo es tan ancho que por nuestra propia fuerza no podremos salvarlo. Cabe entonces acudir a la comunidad y construir juntos un puente… ¿y si estoy solo? Tal vez sentarse a esperar a que llegue la ayuda, mientras estudio mi entorno buscando elementos que me permitan sobrevivir.
Más o menos así son las crisis. Momentos en los que no es posible continuar como veníamos haciéndolo. El camino se corta, la vida se detiene y hay que parar. Por primera vez, quizá, en la historia de la Humanidad, todos en este planeta estamos experimentando lo mismo. Y cada uno lo enfrenta como mejor puede. Las circunstancias individuales son únicas, y la situación mundial es nueva, de manera que nadie tiene la receta correcta. Pero todas las crisis tienen un denominador común: el individuo conserva la libertad para elegir con qué actitud responde. La libertad de acción está muy limitada, pero hay una libertad interior que nadie nos puede robar.
Así pues, en la Huerta, aceptando que estamos relativamente excluidos del mundo exterior, decidimos mirar hacia adentro. El proyecto que la hacía sustentable (la producción de lavanda y sus derivados) de momento no es viable. Parece que el día llama a la reflexión interior.
Quienes han seguido nuestro blog conocen ya el “sendero ecológico”, ese espacio en el cual nuestra única intervención hasta el momento ha sido permitir que la senda trazada por nuestros pasos siga permitiendo el paseo cotidiano, sin intervenir en el desarrollo de las especies que en él crecen. Un placer del recorrido ha sido observar y tratar de identificar la flora que lo compone. Nuestro conocimiento inicial nos permitía tan sólo una clasificación en cuatro conceptos: árboles, arbustos, hierbas, flores. Quizá éramos capaces de decir: “flor blanca, flor amarilla, flor rosa…”. Con el tiempo empezamos a distinguir unos árboles de otros. Hoy sabemos que hay fresnos, ailes, jacarandas, guajes, huizaches, ocotes, cedros, guarumos, majahuas, casahuates… Conocemos también el nombre de unos cuantos arbustos, y de dos o tres hierbas. Nos encanta recorrerlo y disfrutamos su colorido, su frescura y sus cambios estacionales. El placer de su estadía y la curiosidad nos han ido llevando poco a poco a conocerlo y comprenderlo mejor. Los visitantes y la literatura han sido de gran ayuda en esto.
Y la conclusión al día de hoy es que nuestro “sendero ecológico” … ¡no es tan ecológico! En efecto, hemos dejado que crezca lo que la Naturaleza da, y gracias a ello tenemos un espacio maravilloso donde ha podido regresar fauna que había sido expulsada, pero la acción de especies introducidas ha roto el equilibrio necesario para que tengamos la diversidad que deberíamos poder observar.
Hoy sabemos que en la zona hay más de 60 especies endémicas, pero ignoramos cuántas de ellas están presentes en nuestro espacio. En cambio, descubrimos que tenemos gran cantidad de plantas exóticas, es decir, que no son propias de esta área geográfica, sino que han sido transportadas por acción del hombre, ya sea accidentalmente o de manera intencional. El problema de la presencia de especies introducidas es que muchas veces no cuentan con el contrapeso natural que regula se reproducción y crecimiento, por lo que fácilmente se convierten en plagas invasivas, rompiendo así el equilibrio ecológico propio de la zona.
Hay ocasiones en las que, el hecho de no poder hacer lo que siempre se, hace se convierte en una oportunidad. En Huerta San José hemos decidido aprovechar las limitaciones impuestas para iniciar un nuevo proyecto: Nos proponemos identificar y localizar las plantas endémicas del sendero ecológico para protegerlas, mientras controlamos el crecimiento de las especies invasivas, buscando así recuperar el equilibrio natural de nuestro pequeño espacio.
Comenzaremos por buscar información, para lo cual, además de algunos libros que hemos ido coleccionando a lo largo de los años, contamos con plataformas que generosamente comparten un enorme acervo de conocimiento, tales como Enciclovida y Naturalista, de la CONABIO (Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad) y la sabiduría científica y ancestral de los amigos de la Huerta. Seguirá el trabajo de identificación en campo, para llegar a una tercera etapa de intervención, en la que intentaremos regresar al ecosistema nativo. Ninguno de los miembros y colaboradores de Huerta San José es investigador o científico, por lo que realizaremos este proyecto lo mejor que podamos con las limitaciones que tenemos, buscando darle un nuevo sentido a un lugar que tiene por misión dejar su pequeña huella. Todas las ayudas, sugerencias, comentarios e intervenciones serán bienvenidos. En cuanto las circunstancias nos lo permitan, continuaremos con los proyectos que teníamos ya iniciados, pero esta es nuestra humilde manera de responder a un mundo que apela a un cambio de actitud basado en una visión nueva.