Huerta San José nació como un proyecto familiar. Buscábamos un espacio donde convivir con la naturaleza y los amigos en un ambiente de paz que propiciara la creatividad y la armonía. En sus inicios no era más que un terreno de pastizal, más bien pobre y un poco abandonado. Su ubicación y la vista majestuosa del volcán nos invitaron a adquirirlo, aprovechando que, al carecer de todos los servicios y estar apartada del mundo civilizado, su precio resultaba accesible. Nuestra intención era construir una pequeña casa, y a partir de ahí buscar qué se podría producir. Los vecinos nos acogieron con una calidez y generosidad que agradecemos inmensamente, y nos advirtieron sobre algunas necesidades inminentes. La primera, que nos pareció muy lógica, era que debíamos participar del sistema de suministro de agua de riego de la comunidad, y tendríamos que ver la manera de convertirla en agua razonablemente potable para la casa. La segunda recomendación ya no nos gustó tanto, pero tuvimos que aceptar que era pertinente: sería necesario bardear el terreno pues, aunque nos sintiéramos seguros en nuestro espacio, era importante delimitarlo, evitando así el acceso a depredadores indeseados y visitantes espontáneos amigos de lo ajeno. Fue la primera noticia de que nuestros planes se verían constantemente modificados, pero en ese momento no nos percatamos de ello.
Vino entonces el proceso de construcción, que acabó por dañar el pobre equilibrio ecológico del terreno. Es increíble el alcance que tiene la acción humana, pues si bien la casa ocupa un porcentaje mínimo del espacio, la desolación lo abarcó prácticamente todo, convirtiendo el poco verde que teníamos en un terregal seco o pobremente cubierto con zacate varudo. Algunos de los árboles que marcaban el lindero prefirieron caerse y la fauna se redujo a ratones, tuzas y viborillas… justo lo menos deseable, al menos para nuestras fobias precampesinas.
Conforme los ladrillos se elevaban, la necesidad de hacer sustentable el proyecto se fue haciendo evidente, y así comenzó la experimentación.
Las ideas fluyeron mucho más rápidamente que la realización, pero no dejamos de intentarlo. La UNAM ofrece excelentes curos de fruticultura, hidroponía y otras linduras de las que no sabíamos nada, así que regresamos a las aulas, al tiempo que explorábamos la posibilidad de convertir a San José en un destino para visitas escolares y otro tipo de experiencias. Como lo he platicado una infinidad de veces en este blog, plantamos árboles frutales y sembramos hortaliza; hicimos mermeladas y salsas e intentamos venderlas… Vino entonces el descubrimiento de la lavanda y aprendimos a hacer aceite esencial y otros derivados, pensando que esto podría ayudar a mantener el proyecto. Entonces descubrimos los requerimientos de la actividad comercial. ¡Otro reto para el que no estábamos preparados! Pero ahí les vamos: conseguimos envases, diseñamos etiquetas, hicimos un ejercicio elemental de costos (muy elemental) y comenzamos la distribución.
Estábamos alejándonos de nuestro propósito inicial, pero a veces la necesidad manda. La urgencia de difundir las actividades y los productos de la huerta nos llevó a iniciar la publicación semanal de un blog con temas relacionados a nuestra actividad y nuestros productos…
Y entonces nos cayó una pandemia. En las nuevas circunstancias, ni podíamos ni queríamos producir derivados, promoverlos, venderlos y distribuirlos. No había envases, insumos básicos, movilidad, condiciones económicas ni ánimo para hacerlo. El blog entonces se tornó en una oportunidad para reflexionar, tomando la naturaleza y el campo como metáfora de la vida.
Curiosamente, la demanda de nuestros productos no disminuyó, pero sí nuestra posibilidad de atenderla. Así que detuvimos la producción y la distribución, y nos centramos en la comunicación, esperando que esta cosa rara pasara pronto. Año y medio después la Humanidad sabe dos cosas: que no pasará tan pronto, y que hay que aprender a vivir con ella. La vida ha ido retomando una cierta “normalidad”, gracias al trabajo extraordinario que han hecho los científicos para comprender, prevenir y tratar la amenaza, y poco a poco las actividades se reinician, pero el mundo no será nunca el mismo. Esto lo sabemos, pero ignoramos qué vendrá después. Pretendemos hacer como si nada hubiera pasado, volver a los hábitos anteriores, porque la incertidumbre nos mata, y tomará algún tiempo descubrir las novedades, pues los cambios no suceden de un día para otro, pero no hay marcha atrás. No somos – ni volveremos a ser– los mismos. Mucho se ha perdido, de lo bueno y de lo malo, porque por suerte también se perdieron cosas que no nos hacían falta.
¿Qué sigue?... Lo primero es la resignación. Y antes de que decidan insultarme y dejar de leer, los invito a pensar un poco en esta palabra, porque tiene su cacho de esperanza.
Tradicionalmente entendemos la resignación como una actitud pasiva que significa el mexicanísimo “ya ni modo”, y claro, esta acepción nos da, como mínimo, comezón. Pero la palabrita tiene un origen riquísimo. Aquí les va:
Resignarse, viene de la conjunción de un prefijo, re, que, como todos sabemos, significa “volver a”, y un verbo latino, signare, que quiere decir, más o menos y un poco simplificando, firmar (piensen en la palabra inglesa signature). O sea, resignarse es volver a firmar, o sea, encontrar un nombre nuevo para uno mismo. Nos resignamos porque hemos dejado de ser quienes éramos, y tenemos que encontrar quiénes somos ahora. La maravilla de este enfoque es que apela a la libertad, a la creatividad, a las posibilidades infinitas. Si ya no soy quien era, puedo decidir quién quiero ser a partir de hoy. Es una oportunidad para reinventarme.
Las cosas no se inventan de la noche a la mañana. Llevan tiempo y requieren reflexión, análisis, experimentación… y es precisamente ese tiempo lo que nos ha dado la circunstancia tan rara que nos tocó vivir. En el aislamiento y la imposibilidad, hemos tenido muchas oportunidades para pensar. Y como “esto no acaba hasta que se acaba”, seguiremos teniendo tiempo.
Huerta San José también debe reinventarse. La necesidad de ser sustentables nos ha llevado a producir excelentes productos, que gracias a todos ustedes tienen aceptación y demanda. Las exigencias de la comercialización, por otro lado, parecían estarnos alejando de nuestro propósito inicial. Y sin embargo, sin darnos cuenta, hemos ido construyendo una comunidad donde puede realizarse nuestro sueño de crear espacio para convivir con la naturaleza y los amigos, en un ambiente de paz, creatividad y armonía.
Reinventarse no significa tirar a la basura lo construido, sino erigir, sobre lo que hay, un nuevo proyecto, una nueva forma, un nuevo sentido. Esa es la tarea a la que quiero dedicar mi tiempo y el de la Huerta en las próximas semanas, a resignarme y encontrar una nueva identidad, tanto para mi persona como para nuestra comunidad. Esto implica dejar el blog en reposo por un rato y dedicar este esfuerzo a la introspección y la creatividad. Seguiremos reportando avances y logros y ofreciendo los pocos productos que tenemos, mientras perfeccionamos los que están en proceso, pero lo haremos a nuestro propio ritmo, hasta que podamos definir quiénes somos hoy.
Muchas gracias a los cuatro lectores que han sido fieles a esta publicación. Volveremos con nuevo contenido cuando el momento sea pertinente. Mientras tanto, pensemos bien lo que sembramos, en la tierra y en el corazón, y cultivemos el alimento qué más nos está haciendo falta: armonía, encuentro, paz… ¡amor!