top of page

¿Qué te iba a decir?... (La memoria Episodio 1)


“Estoy perdiendo la memoria” es la frase de moda, la más democrática que existe: Todo mundo siente que está perdiendo la memoria. Y ¿saben por qué?... ¡Por que estamos perdiendo la memoria!


Los procesos cognitivos, es decir, esto de usar la mente para pensar, aprender, recordar, etc., vienen siendo los mismos desde hace literalmente miles de años; muchos miles de años, porque la evolución se toma su tiempo y, tanto la estructura del cerebro humano como los procesos fisiológicos de su operación, continúa igual. Lo que ha cambiado es el conocimiento que tenemos sobre cómo lo hace, aunque sigue siendo poco, y todos los días se aprende algo más.


Pero este conocimiento y esta comprensión nos pueden ayudar a mejorar nuestro rendimiento de manera personal. “¿Te acuerdas cuando hablábamos de corridito?”, decimos hoy entre broma y broma. Y mi papá, que si algo tenía era sentido del humor, afirmaba: “Los síntomas de la vejez son tres: el primero es la pérdida de la memoria… de los otros dos ya no me acuerdo”. Nos parece que ir perdiendo facultades mentales es algo normal, pero recientemente dos personas me hicieron reflexionar sobre esta creencia. La primera fue mi cuñada, que es muy sabia, y que me dijo: “‘normal’ es sólo un ciclo de la lavadora”. ¡Cuánta sabiduría en una frase! ¿Qué es lo normal? Estadísticamente, lo que se encuentra dentro de ciertos rangos en una curva de distribución. Desde nuestra percepción, quiere decir más o menos: lo que yo hago, lo que yo pienso, lo que yo digo. El que es diferente “no es normal”. En medio de la reflexión sobre este concepto, tuvimos oportunidad de platicar con un geriatra más sabio aún que mi cuñada, quien aseguró que “perder la memoria no es normal”. Cuando me recuperé del shock que esta afirmación me causó, le pedí que lo explicara. Si quieren saber todo lo que me dijo, consúltenlo ¡Es excelente médico! Yo sólo voy a extraer lo que de aquella plática me fue de utilidad, y le voy a agregar a algo de investigación que he hecho a lo largo de la vida. (Al fin y al cabo, mi “carrera de origen” es la Pedagogía).


Cuando hablamos de memoria, nos referimos en realidad a distintos tipos de procesos. Porque una cosa es, por ejemplo, retener un dato, y otra muy distinta encontrarlo en el momento en que lo necesitamos. Para recordar algo debo primero percibir una información, es decir, enterarme, luego guardarla en el lugar adecuado, y finalmente, cuando la necesito, poder encontrarla. Si además tengo que trasmitirla, requiero entonces de otros procesos, tales como estructurar mi pensamiento y dominar un lenguaje. Simplificando podemos decir que la memoria tiene entonces tres funciones: retener, archivar y evocar. Ahora que existen las computadoras es más fácil comprenderlos. Capturar datos, guardarlos (save); archivar (quien tiene desordenados sus archivos en la computadora entenderá bien lo difícil que es encontrarlos después), y finalmente abrirlos y usarlos.


Pues bien, las fallas en la memoria pueden encontrarse en cualquiera de estos pasos, y por lo tanto son todos y cada uno los que debemos cuidar para mantenernos lúcidos. Decía este médico: “si no encuentras las llaves del coche y las traes en la mano, estás distraído, pero si encuentras las llaves en tu mano y no sabes para qué sirven, estás en un problema” Este ejemplo me va a servir para analizar los procesos cognitivos que queremos cuidar. Vamos viendo uno por uno.


Percibir.

Para recordar algo primero tengo que enterarme. La percepción es el proceso por el cual la información llega al cerebro, y tiene que ver con los sentidos y la interpretación que hacemos de aquello que los estimula. No podemos recordar algo que no hemos visto. ¿Te acuerdas del señor de camisa roja que vino el miércoles? No me puedo acordar, porque yo no estaba aquí el miércoles, y nunca vi a un señor de camisa roja. Por evidente que parezca, por aquí empiezan muchas veces los problemas. Cuando salgo a un estacionamiento y no encuentro mi coche, generalmente no tiene que ver con mi memoria, sino con que no me fijé dónde lo dejaba.



Poner atención.

La atención es esa capacidad de concentrar los sentidos y el pensamiento en un estímulo, o una selección de estímulos, e ignorar los demás. Implica un esfuerzo, una voluntad y una habilidad. Volviendo al estacionamiento, no basta ver qué letra y número tiene la columna junto a la cual dejamos el coche. Hay que poner atención: cuántos pisos subí o bajé, de qué lado de la entrada estaba, de qué color es el poste… vamos, ¡hasta qué coche traigo! Aquí de nuevo viene a mi memoria mi padre: No te preocupes si no te acuerdas dónde dejaste el coche; preocúpate cuando no sepas qué coche tienes. Quienes hemos padecido déficit de atención sabemos que la dificultad no está en atender a algo, sino en dejar de atender a todo lo demás, es decir, no distraerse, ignorar lo que sucede alrededor, o bien ser consciente de que hay algo más, pero decidir concentrar la atención en un punto. Para esto sirve muchísimo la meditación, pero hay muchas cosas que ayudan o estorban. Hablaremos de ellas en el próximo blog.



Retener.

A veces ponemos toda nuestra atención en algo, pero en cuanto desaparece de nuestra vista lo olvidamos. No basta haberse enterado, haber recibido una información; además debemos poder guardarla. Éste es uno de los procesos que más afectan al funcionamiento de la memoria. Es como generar un archivo de Word en la computadora y luego no darle save. Se pierde para siempre. Fui contando cuántos pisos bajé en el estacionamiento, puse atención al color del poste, el número que lo identificaba, la puerta por la que entré al centro comercial… y cuando salgo simplemente no me acuerdo de nada.

La retención es una habilidad que se adquiere y perfecciona con la práctica. Cuando se dice que la memoria es como un músculo, se refiere a esta precisa función. ¿Cómo se mejora la memoria? ¡Memorizando! Así como se corre más rápido corriendo. Hablaremos sobre la razón fisiológica de esto en otro blog, pero por lo pronto quedémonos con esta idea. Los recursos modernos que nos ayudan a recordar, en realidad están logrando justo lo contrario. Nuestro teléfono sustituye muchas de las funciones cerebrales que antes realizábamos con la cabeza. Tenemos una agenda en la que encontramos los datos de cualquier persona, una lista de recordatorios (to-do-list) que nos avisa que nos toca pagar el gas o recoger la ropa de la tintorería, un señor Google que lo sabe todo, y gracias al cual yo no necesito recordar en qué año se descubrió América porque lo encuentro ahí… Hay estudios serios que miden la disminución de las habilidades mentales en las nuevas generaciones. No sé cómo les va a ir cuando los “jóvenes” sean “viejos” como yo. Pero esto no es nuevo, no es de la era de Internet y las computadoras; ni siquiera es de este siglo o el pasado. Antes de la escritura, todo el conocimiento se transmitía de manera oral y se guardaba en la cabeza. La cantidad de datos que retenía una persona antes de descubrir la agricultura era muy superior a la que tenemos hoy, y los rabinos o los trovadores recordaban un infinito de historias que contaban a sus oyentes sin necesidad de apoyos de PowerPoint.[1]


¿Dónde dejé mi coche?

Archivar.

Cada quien tiene su forma personal de guardar la información para encontrarla cuando la necesita. Esto tiene que ver con habilidades personales y estructuras de pensamiento. Hay quien es más visual, o más auditivo, hay quien necesita un esquema, un orden, una referencia, quien tiene memoria fotográfica, o quien hace ejercicios de relación de ideas para poder ubicar dónde y cómo se guardó la información. A últimas fechas, cuando me estaciono en el centro comercial, yo le tomo una foto a mi coche junto al poste anaranjado que dice E13. Pero antes de tener esta función, me inventaba una historia. Para mí el 13 representa un banderín, (quizá explique por qué en el próximo blog) por lo que imaginaba a mi coche aplastando naranjas para ganar una carrera en cuya meta un señor que agitaba un banderín. Estos recursos se llaman mnemotecnia, y vamos a hablar más tarde sobre ellos.



Evocar.

Tal como sucede con la computadora, a veces la información está guardada ahí y lo sabemos, pero simplemente no podemos extraerla. “Lo tengo en la punta de la lengua”, decimos, pero la verdad es que está en un cajón del cerebro y no nos acordamos en cuál. Hay muchas razones por las cuales puede suceder esto, desde el cansancio y el estrés hasta trastornos serios de salud. El chavo que estudió toda la tarde, se durmió repasando lo aprendido, y a la hora del examen simplemente no se acuerda de nada es un buen ejemplo. La mezcla de cansancio, estrés, falta de sueño, le impiden evocar lo que estudió con tanto esfuerzo. En cambio, la madre que un día no reconoce a su hijo tiene un problema de salud evidente. Pero ocurre con situaciones físicas más simples: un golpe, una conmoción, el efecto de un químico (legal, ilegal, voluntario o accidental) pueden bloquear el acceso a la información que está ahí y que de momento no podemos encontrar. Aparentemente con la edad se pierde más la capacidad de retener que la de evocar. Por eso los ancianos recuerdan perfectamente lo que hicieron hace cuarenta años, pero no a dónde fueron hoy en la mañana.



Transmitir.

Una vez detectado el dato, archivado y evocado, a veces somos incapaces de comunicarlo. Esto está relacionado con una gran cantidad de factores que tienen y no que ver con el tema que nos ocupa. En cuanto a procesos cognitivos, vamos a resumirlos en dos que están íntimamente ligados: el pensamiento y el lenguaje; el lenguaje y el pensamiento. Difícil separarlos. Por suerte no me toca hacerlo aquí. Para fines del asunto de hoy, diremos sólo que son habilidades que pueden desarrollarse, que mejoran con la práctica, y que hay herramientas para hacerlo. Durante la pandemia que seguimos padeciendo hemos podido constatar que estas habilidades pueden perderse no sólo por problemas de salud, sino también de práctica. Quienes han enfermado de COVID, aún en su modalidad “leve”, reportan dificultades en la capacidad de concentración como secuelas comunes. Pero aún los que hasta hoy nos hemos salvado, conforme volvemos a socializar descubrimos que hemos perdido “condición social”, no en el sentido de estamentos o “niveles”, sino de la misma manera en que perdemos condición física. Nos cansamos fácilmente en las reuniones sociales, nos “engentamos”, nos cuesta trabajo platicar, hemos perdido vocabulario, fluidez en el lenguaje… Y es que hemos tenido poca oportunidad para practicar esta habilidad tan importante en todos los sentidos.



La buena noticia es que hay cosas que podemos hacer para mejorar nuestra memoria. La mala es que no me acuerdo cuáles son… jajaja, quise verme simpática, y es horrible no saber si se están riendo con mi chiste.


Ya en serio, en el próximo blog hablaremos de algunas estrategias para mejorar los procesos cognitivos. Seguimos en este modo de miniseries. Fin del episodio 1. No se pierdan el siguiente.

[1] Yuval Noah Harari e Irene Vallejo abordan este tema de manera magistral, desde puntos de vista completamente diferentes. Les recomiendo mcuhísimo la lectura de sus libros: Sapiens, de Harari, y El Infinito en un Junco, de I. Vallejo

99 visualizaciones

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page