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Por sus frutos los conoceréis



Mientras nosotros planeábamos la plantación de frutales consultando libros especializados, páginas de expertos y asesores agrícolas, nuestro vecino, sentado a la puerta de su negocio, le compraba arbolitos a una señora que traía cuatro o cinco varitas en bolsa de plástico de 10 centímetros, sobre una carretilla destartalada. “¿Qué estás plantando?”, le preguntaba yo, a lo que él invariablemente respondía “Por sus frutos los conoceréis”. No tenía idea de lo que había comprado.


Nosotros instalamos un sistema de riego que costó lo suyo, preparamos la tierra siguiendo todos los consejos de los ingenieros de Chapingo y compramos los árboles en viveros certificados. Nuestro vecino abrió agujeros en la tierra, puso ahí sus plantitas y les echó agua. Pasaron los meses y los años. Se nos murieron los lichis, y los tamarindos; los mangos y los mameyes nunca crecieron y los manzanos tardaron años en dar frutos. Mientras tanto, la huerta del vecino se llenó de aguacates, duraznos, manzanas, guayabas y limones.



¿Qué hicimos mal? ¿Qué hizo bien él? Creo que la diferencia está en la actitud. El tiene ese maravilloso hábito de esperar los tiempos de la naturaleza, la filosofía de “lo que da la tierra está bien”, el famoso “dedo verde”, como se llama a las personas que tiene buena mano para las plantas. También influye su conocimiento innato del campo y su disciplina y fidelidad a la tierra. Pero sobre todo, es paciente.


Hoy su huerta y la nuestra, como tantas otras cosas, está en una especie de pausa, esperando lo que vendrá después. No quiere decir que no haya trabajo que hacer, al contrario, como nunca hay que cuidar y mantener lo que se tiene. Pero los planes futuros parecen una ilusión vana. Como la Humanidad completa, hoy lo que reina es la incertidumbre. ¿Volveremos a conseguir los insumos que nos hacen falta para producir? ¿Seguirá existiendo un mercado para lo que producimos? ¿Podremos distribuir de nuevo? Más aún… ¿Queremos seguir haciendo lo mismo?

A los que estamos acostumbrados a planear y prever, a fijar rumbo y actuar con un propósito, esta incertidumbre nos pone frente a un reto nuevo. Podemos (y necesitamos) aprender a no saber, sentarnos a mirar con ojos curiosos y libres de juicio, y esperar que la vida, como los árboles de nuestro vecino, de sus propios frutos. ¿Quién habrá sido el primero que se comió un Kiwi o descubrió que dentro de la roca inhóspita que es un coco hay una pulpa y agua refrescante? Alguien tuvo que ser el valiente que se atrevió a probar lo nuevo. Hoy estamos frente a un vivero de varitas frágiles que prometen ser “algo” algún día… no sabemos qué ni cuándo. Toca regar con paciencia y amor, descubrir los nuevos brotes y atreverse a probar. Quizá descubramos alimentos nuevos, métodos de cultivo antes desconocidos o recetas diferentes. En el proceso, estamos aprendiendo de qué estamos hechos.

Por sus frutos los conoceréis





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