top of page

Planeando la Hortaliza


En cuestión de ensalada, en la Huerta hemos pasado por todas las formas de adquirirla… creo. Cuando esto era un terreno baldío, lo comprábamos todo en el supermercado. De hecho, yo vivía convencida de que las lechugas crecían en el súper, entre el huevo y los congelados. Pero conforme le fuimos tomando cariño y modo a la tierra, empezamos a cultivar nuestras propias verduras. Una vez plantados los árboles frutales, lo primero que consumimos fue verdolaga, que crece sin que nadie la invite. Y antes de pensar en sembrar, nos encontramos una sandía a medio terreno que resultó ser extraordinariamente dulce. Entonces decidimos que intentaríamos cultivar una hortaliza.


La primera sandía

Como todo, esto ha sido cuestión de ensayo y error. Mucho más error que ensayo, por cierto. Y de nuevo, como lo demás, empezamos por tomar algunos cursos y consultar libros. El primer acercamiento, habitando aún de tiempo completo en la ciudad, se dio a través de la hidroponia, y debo decir que con mucho éxito. Durante un año cosechamos en el balcón de la casa toda la verdura que consumíamos. Un descubrimiento genial, éste de la hidroponia, excelente para cultivar en suelo estéril o en la azotea de un edificio, pero teniendo tanto terreno fértil, carece de sentido.


Cultivo de Maíz y frijol por ahí de 2012

Así que empezamos a sembrar. Primero directo, sobre la tierra, con las semillas que encontrábamos. Luego en camas de cultivo cuya idea nos vino de un libro inglés sobre hortaliza. Sembrábamos un año una milpa clásica y al otro una variedad de verdura digna de la Central de Abasto. Pronto nos dimos cuenta de que necesitábamos un orden, y comenzamos a planear. Rigor matemático en cuanto a tiempos, distancias, cantidades, distribución… todo conforme a mi trastorno obsesivo. A veces obteníamos buenas cosechas, pero no faltó el año en que la lluvia estuvo ausente, o fue excesiva y encharcó la tierra, causando pudrición de las raíces. El granizo o las plagas destruían lo cultivado o algún percance personal nos impedía atender la cosecha como se requería. Fuimos coleccionando frustración tras frustración, hasta que decidimos que el problema estaba en el exceso de planeación. No por nada dice el refrán popular: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”.


Regresamos al caos. Quien quiera, que venga y siembre lo que quiera, donde quiera… ¡Y muchos quisieron sembrar! El problema es que no todos quisieron CULTIVAR. Lanzar semillas aquí y allá es muy fácil, y cualquiera que haya leído la Biblia sabrá que todo es cuestión de suerte (de dónde caiga la semilla, pues). Pero luego hay que regar, desyerbar, podar, fertilizar… Aquí es donde el entusiasmo decaía.



Entonces nos cayó la Pandemia. Difícil encontrar una situación donde la incertidumbre sea mayor, con su consecuente temor a planear lo que sea. Hoy estamos aquí; mañana quién sabe.


Sobrevivimos al primer año, con los mismos retos que enfrentó el mundo entero, e iniciamos la etapa de adaptación a la famosa “nueva realidad” decidiendo que necesitábamos retomar las riendas de nuestra vida, que en nuestro caso significa, entre otras tantas cosas, producir alimento. Y lo haríamos como nos gusta hacerlo acá (o como me gusta a mí, y los demás se adaptan, generosamente resignados), es decir, planeándolo todo primero.


Estructura para proteger una cama de cultivo

Comenzamos desde enero, planeando sobre papel, mientras retirábamos los huacales desgastados por el uso de años anteriores. Primero decidimos qué queríamos cultivar, y después dónde y cómo lo haríamos.

Hicimos un plano de las áreas de cultivo, definiendo un cultivo para cada espacio, con una base específica (huacales, camas de cultivo etc) y una forma diferente de protección (túneles, estructuras rectangulares cubiertas de malla…)




Reciclamos charolas de germinación y macetas viejas, adquirimos semilla, y empezamos a sembrar: Bulbos y raíces directo en la tierra; chiles, tomates variados, legumbre de hoja, brócoli y cuanto se nos ocurrió, primero en invernadero.


Calabaza en cama de cultivo

Desde el primer día, las cosas empezaron a no ir tan bien. Ya fuera que habíamos sembrado más plantas de las que podíamos trasplantar, o que nos faltaba material para la construcción del espacio en el que habíamos decidido hacerlo, el caso es que la realidad se rió pronto de nosotros y nos puso en nuestro lugar. Hay un aprendizaje en esta experiencia: la incertidumbre es parte de la vida. Tenemos necesidad de control, de sentir que podemos predecir lo que sucederá, pero la verdad es que lo único cierto es lo que hay hoy. Y sin embargo, si renunciamos a hacer planes para el futuro, nos estancaremos en una inmovilidad permanente y mortal. Si el hombre no se aventurara a planear, no habría llegado nunca a la Luna. Hay que soñar… pero aceptando que lo imprevisto está al acecho, pues si nos aferramos con rigidez a la consecución de lo planeado, estaremos sembrando un largo camino de frustraciones.


Y nosotros preferimos sembrar lechugas.


Se hicieron los planes, y se siguieron en la medida de lo posible. Hoy lo cultivado crece en el lugar que se le había asignado. En el próximo blog seguiremos hablando de la hortaliza.




109 visualizaciones

Entradas recientes

Ver todo
bottom of page