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Nuestra primera cosecha de miel



Como les he contado hasta aburrirlos, la lavanda llegó a Huerta San José para atraer polinizadores que convirtieran las flores en fruta. Poco a poco esta belleza aromática fue ganando terreno y desplazando a los frutales improductivos, que tuvieron el destino recomendado por las parábolas bíblicas: la hoguera. Desde un principio nos llamó la atención la cantidad de abejas que revoloteaban en torno a la lavanda. Aún a distancia se puede escuchar su suave murmullo. De aquí surgió el sueño de la miel, pero, como todos los anhelos, su realización llevó algunos años.



Quise tener una conversación con las abejas para solicitarles amablemente que me regalaran el producto de su trabajo, pero descubrí que hablamos idiomas diferentes. Lo más que logré al acercarme fue un par de piquetes que afortunadamente sanaron pronto gracias al aceite esencial que ya estábamos obteniendo.


Ante semejante agravio, decidí cambiar la estrategia y aprender un poco sobre el tema. Libros, internet, amigos apicultores y tutoriales de Youtube nuevamente se volvieron las fuentes del saber que estábamos necesitando. Pero la teoría sin la práctica carece de sentido. Había un sinnúmero de conceptos que no significaban nada para mí y tres millones de preguntas sin responder.




Después de un largo esfuerzo por escarbar sobre el tema, pensamos que había llegado el momento de actuar. Hace un año asistimos a una breve capacitación con productores de miel que nos permitió vivir la experiencia que necesitábamos y comprender lo que hasta entonces habían sido sólo palabras complejas.



Vino luego la búsqueda de los cajones y la invitación a las abejitas a vivir en nuestro paraíso. Tampoco esto fue fácil. Resulta que para trasladar cajones de abejas se requiere de un permiso de SEMARNAT, y todos sabemos lo que significa hacer trámites en este país. Nos visitaron especialistas, nos escribieron, nos prometieron, pero nunca llegaron. Finalmente encontramos en la comunidad a Don A., experimentado apicultor, y amante de estos insectos, quien nos ayudó a localizar apicultores locales y se convirtió en nuestro asesor permanente, A principios de febrero llegaron las primeras colmenas. Para entonces habíamos adquirido ya el equipo básico necesario: trajes especiales (y casi espaciales) con velo, guantes y botas, cuñas, cepillos, ahumadores…


Los primeros cajones llegaron en febrero de este año

Durante los siguientes de nueve meses nos dedicamos a cuidar de los cajones. No se trata nada más de tener ahí a las abejas y procurar que no te piquen. Es necesario supervisar la salud de las colmenas, asegurarse de que la reina está presente y produciendo vástagos, que las obreras están sanas, bien alimentadas y aumentando su población, que la temperatura de los cajones sea la adecuada para que sean felices, para lo cual hay que moverlos a la sombra cuando hace mucho calor y sacarlos al sol cuando hace mucho frío…


Hay temporadas de poca floración, lo que hace que las abejas no tengan el suficiente alimento para generar miel. En esta época es necesario ayudarles un poco con alimento para evitar que migren en busca de mejores territorios. Pero no debemos darles de más pues, como cualquier criatura consentida, dejarán de hacer el esfuerzo por trabajar.


La reina es el centro de todo este teatro. Su función no es otra que reproducirse, para lo cual necesita que los zánganos la fertilicen y que las obreras la alimenten. Ella sólo come jalea real, ¡no cualquier cosa! Pero las obreras no la mantienen así, nada más porque sí; si deja de hacer la tarea, habrá un golpe de estado, sus súbditas la matarán y nombrarán a una nueva soberana. Para asegurarse de contar con un sustituto, cuidadosamente y en secreto las traidoras empiezan a criar a otras candidatas que en caso de necesidad puedan ser coronadas. Si estas abejas llegaran a madurar, habrá una revolución (todo el mundo sabe que sólo puede haber una reina), la colmena se dividirá y las nuevas reinas se llevarán a las súbditas sobrevivientes de la masacre consecuente, dejando el panal abandonado y en caos. Para evitar este desgraciado acontecimiento, es necesario supervisar periódicamente los cajones, asegurándonos de que no existen “cacahuates”, que es como se llama al pequeño nido en el que las abejas pretenden esconder a las futuras reinas.


Ocasionalmente la reina amanece de malas y se va del hogar. O se muere, porque al fin y al cabo no es eterna. Esto hace que las obreras se queden sin líder, y así no se puede vivir, por lo que es necesario sustituir a la soberana de inmediato, o el enjambre completo emigrará. Esta labor cotidiana se realiza abriendo semanalmente los cajones y extrayendo paciente y metódicamente cada bastidor para supervisar su estado. Todo ello significa que la apicultura requiere de un apicultor presente, constante, paciente y comprometido. Una vez establecidos los cajones, el trabajo sólo ha comenzado.


Pero eventualmente llega la recompensa y el sagrado alimento puede ser recolectado. Claro, no es cuestión de llegar al cajón y decirle a la portera “vengo por dos litros de miel”. Las abejas son generosas, pero no tanto. ¿Cómo entonces va la miel del panal a la mesa?


Aquí inicia otro ritual. Primero se viste uno de astronauta terrestre, porque por más que nos conozcan, a las obreras no les gusta tanto la idea de que nos llevemos el producto de su trabajo. Mono completo, sombrero, velo, guantes, botas… Así disfrazados, comenzamos la tarea. Con material vegetal seco, recogido del suelo, alimentamos un pequeño sahumerio que producirá un humo adormecedor para disminuir la actividad del panal. Digamos que primero hay que marear al marchante, como en cualquier transacción comercial. Armados con este instrumental, descubrimos el cajón, revisamos el contenido, saludamos a la reina y vamos retirando uno a uno los bastidores llenos de miel. En esta ocasión sólo cinco “alzas” estaban listas para la extracción. Las transportamos en carretilla hasta una pequeña bodega alejada de los cajones para evitar una catástrofe. De todos modos, siempre hay algunas curiosas que vienen detrás de nosotros a supervisar el destino de su oro, así que no se puede bajar la guardia.



Tal vez me estoy adelantando. ¿Qué es eso de las “alzas”? preguntarán algunos.


Una colmena o “cajón” de abejas, está formado por varias capas: De abajo hacia arriba tenemos primero una base, que eleva el cajón para evitar que la humedad, el frío y los depredadores entren al recinto y acaben con la población. Sobre esta base se encuentra la cámara de cría, donde viven las abejas y deposita la reina los huevos para su reproducción. Por encima de éste, y separado por una tapa, se encuentran las alzas, dentro de las cuales hay una serie de bastidores con una rejilla donde las abejas construyen con cera su panal de hexágonos perfectos para depositar ahí la miel. Cuando la celda de este panal se llena, ellas mismas la sellan con más cera, que habrá que retirar en el momento de la cosecha, a lo cual se llama “operturar” (a quien domine las etimologías, este término le parecerá más que obvio). Finalmente está la tapa que protege a la colmena entera.



Íbamos entonces con las alzas en carretilla, camino a la bodega. Aquí nos espera ya un extractor construido exprofeso para nosotros. En él se van colocando uno a uno los bastidores, a los cuales se les operturaron las celdas con un cepillo o peine hecho especialmente para este fin. Cuando el extractor está lleno, con una manivela unida a la base por un sistema de cadena y poleas se da vuelta al contenido completo, de manera que la fuerza centrífuga expulsa la miel hacia las paredes del recinto, de donde escurre al fondo. Se requiere fuerza para ello, pues es la velocidad la que ejerce la presión hacia afuera. [1] En la base del extractor hay un grifo por el que irá saliendo la miel, que recogemos en cubetas limpias de 20 litros. Esta miel trae algo de cera, alas de abejas y algún otro material orgánico, que al cabo de un tiempo flota en la superficie, formando una nata que habrá que retirar y finalmente colar. Entonces está lista para el envasado.



Observar el proceso de producción de miel es fascinante. Es mentira que la división del trabajo es producto del desarrollo humano: las abejas lo habían inventando millones de años antes. Cada una hace su tarea y exige que las demás cumplan con el suyo. Eligen a la reina democráticamente, y la sustituyen en cuanto deja de dar resultados. Nunca dejan de trabajar, y son generosas con el producto de su esfuerzo… Pero no lo dan de manera gratuita: demandan paciencia, constancia, dedicación y empeño. Es un esfuerzo de un año para obtener una cosecha. Los sueños se cumplen, siempre y cuando estemos dispuestos a luchar ellos, aún cuando tarden años en materializarse.



Aún si no extrajéramos nada, la cría de abejas nos proporciona la satisfacción de colaborar con un granito de arena (o una gotita de miel) para salvar al planeta cuidando la vida de los polinizadores. Con eso es suficiente.


Se aprecian las pequeñas partículas flotantes de cera que habrá que colar

[1] Hay grandes extractores con motor eléctrico, pero nuestra producción aún es demasiado pequeña para que el costo se justifique

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