Hay lenguajes que desconocemos. No conocer una lengua nos aleja, nos impide comprender otras culturas, otras estructuras. Quien haya viajado a un país con un idioma extraño entenderá a qué me refiero. Dicen que aprender otra lengua es comprender otra cultura, y es verdad. Recuerdo mis libros de francés de la escuela, cuyo título era Cours de Langue et Civilization Francais. No sólo aprendíamos vocabulario o gramática; también íbamos descubriendo una geografía diferente, una historia y una forma de vivir distinta a la nuestra. Cuando visité Paris por primera vez, sentía que ya había estado ahí.
Las plantas también tienen su propio lenguaje. Recuerdo que un día, más o menos en la era paleozoica, una amiga y yo nos perdimos en el campo. Habíamos tomado un sendero hermoso que nos alejó de la casa en la que nos hospedábamos. Pero como siempre hay un ángel que te rescata, encontramos a un lugareño y le pedimos ayuda. “Sigan por aquí y empiecen a bajar donde está el ciruelo”, nos dijo… ¿Cuál es el ciruelo? Su sorpresa al darse cuenta de que yo no sabía distinguirlo se me quedó grabada en el alma con un sabor a vergüenza que me acicateó la curiosidad hasta el día de hoy. ¡Qué despegada de la vida real había vivido! Cuando un árbol no tenía frutos distinguibles, yo era absolutamente incapaz de reconocerlos.
Me propuse entonces aprender a identificar los árboles con los que me encontraba en las calles (todavía no tenía acceso a la vida en el campo). ¿Cómo se llama ese árbol?, preguntaba yo. ¿Y ese otro? ¿Y ése?... Hasta que desesperé a mis tías. “¡Tree, mijita; se llama Green tree!”. Entendí el mensaje y recurrí a los libros.
La mayor parte de los libros y revistas que encontré entonces eran españoles o ingleses. Aprendí así a reconocer especies bellísimas… que por lo general no prosperan en nuestro país. Pero al menos empecé a comprender un lenguaje nuevo, que me permitió notar las diferencias. Hay una palabra específica para describir cada tronco de un árbol, cada copa, cada hoja, cada flor… Tan sólo las hojas pueden ser identificadas por su forma, pero también por sus bordes, por la distribución de sus venas o por la forma en que crecen a partir de una rama. Hay hojas cordadas (en forma de corazón), trangulares, elípticas, laceoladas, oblongas, espatuladas… Unas crecen alternas sobre el tallo, otras opuestas, otras imbrincadas. Las hay simples y compuestas (trifoliadas, peripinadas, etc.). Unas tienen peciolo y otras no (esa ramita pequeña donde la hoja se une al tallo). En fin, todo un lenguaje nuevo que aprender. Un idioma que me acercó a la cultura de la vida.
Pero más que la descripción técnica de un follaje, lo que permite distinguir a un árbol de otro es general la vista. Claro, un ojo educado, una percepción de las diferencias sutiles. Y esto se va adquiriendo con el tiempo, la paciencia y el interés.
En la caminata diaria por la huerta y el sendero, cada día pongo atención a algo diferente. Unas veces observo aterrada las plagas que nos amenazan, otros días descubro los troncos de los árboles, o busco nidos en las alturas. A veces me fijo más en el suelo, particularmente después de caer en un agujero o tropezarme con alguna raíz. En uno de esos paseos elegí admirar la variedad de hojas que me rodeaban. Todos los verdes, todas las formas, todos los tamaños. Hoy que está tan de moda la diversidad, el campo es el mejor lugar para comprender su importancia. Todas y cada una son como son por una razón, la comprendamos o no. Por ejemplo, en lugares donde el agua escasea, las hojas de las plantas han evolucionado para retener la humedad. En el caso contrario, como sucede con la majagua, tienen una hermosa forma de paraguas, para permitir que la lluvia abundante resbale hasta el suelo y proteger de la pudrición el nacimiento del tronco.
Observando las hojas nos damos cuenta de que no hay dos iguales, y cada una es como es por algo y para algo. Igual que nosotros: todos somos diferentes, y ninguno está bien o mal, simplemente cada uno es como tiene que ser.
Nota: Todas las fotos fueron tomadas por su servidora en Huerta San José. Los esquemas que se muestran a continuación, en cambio, provienen del señor Google, que todo lo sabe.
Otra nota: Estos esquemas representan tan solo un ejemplo de las miles de clasificaciones que se pueden encontrar en internet. Me hubiera gustado dar el crédito de cada uno, pero en muchos casos no pude hallarlo, y en todo caso, los verdaderos científicos son por lo general muy generosos al compartir sus conocimientos.