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Los sonidos del silencio


Foto cortesía de Jesús Noriega

Si han escuchado a alguien decir que se levanta con el canto del gallo, no se dejen engañar: el gallo canta todo el día. Son otras las aves que anuncian el amanecer. Antes de clarear el día, dulces y suaves trinos pregonan la próxima salida del sol. El despertar en el campo es suave, amable, natural. Para cuando los primeros rayos de sol iluminan el jardín, la serenata es ya de orquesta completa.


La verdad es que no existe eso que llaman el silencio del campo. Lo que no hay es ruido. Hay música, hay sonidos de agua, viento, pasos, roces, ladridos y cacareos… Todo el tiempo puede escucharse algo, pero la percepción en general es de calma, sosiego que se parece al silencio.

El canto de los pájaros es más intenso en las primeras horas de la mañana y justo antes del atardecer. Tal parece que se saludan y se dan las buenas noches. A medio día, en cambio, cuando el sol está a plomo, tienen la buena costumbre de dormir la siesta. Hacia las tres de la tarde, si no hay ruido humano, tenemos lo más cercano que podemos llegar al silencio.


Pero nunca silencio total. El agua sigue corriendo, el viento sopla, aunque sea muy suavemente, y mueve las hojas de los árboles, las lagartijas corren de un rincón a otro acariciando la hierba sutilmente, las abejas laboran incansables y los mosquitos fastidian nuestros oídos para advertir sus intenciones.

Foto cortesía de Jesús Noriega

A lo largo del día escuchamos perros, gallinas, vacas y tractores. De vez en cuando un escopetazo denuncia a un labriego desesperado que anda “conejeando”, es decir, cazando tuzas y conejos que amenazan sus cultivos. Más cerca o más lejos se oye el rítmico palear de la tierra, los cascos de los caballos sobre la terracería o el golpe de un machete que desmonta el área de cultivo.

El atardecer se anuncia con las mamás pajaritas llamando a sus críos a recogerse en el nido y prepararse para dormir. Todavía usamos la expresión “me trepo al árbol” para hablar de que nos retiramos a descansar. El escándalo de estos alegres voladores puede llegar a sorprendernos. Seguramente entre ellos hay más de un adolescente rebelde y más de una madre insistente. El concierto dura como mucho media hora, y conforme el sol desciende, deja paso al canto de los grillos y las cigarras. Sólo el búho trasnocha con sus cuestionamientos filosóficos de media noche.

En las noches oscuras hasta los insectos descansan. En la temporada de Tlaloc, el viento, la lluvia y los truenos nos arrullan largamente. Pero cuando la noche es calma, siempre podemos percibir la presencia de la fauna, y el Popo ruge suave o retumba duro para recordar su presencia.



Si ponemos atención, siempre hay algo que escuchar.

El silencio interior tampoco existe. ¡Cuántas veces quisiéra poder acallar los pensamientos que atormentan mis horas despierta e interrumpen mis tiempos de sueño! Pero el cerebro no sabe descansar. Lo más que he logrado es entrenarlo para enfocar la atención: por allá quisá hay un vehículo ruidoso y contaminante, pero más acá hay trinos, agua, viento suave y hasta mi propia respiración. Poco a poco voy logrando que el ruido de mi cabeza se convierta en sonidos amables, como los cantos de las aves que me despiertan por la mañana o el de los grillos que me aconsejan pausar el ritmo y prepararme para encontrar algo de paz donde reposar el cansancio del día.


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