Los colores han sido una obsesión para mí desde que tuve en mis manos mi primera crayola. Paso horas recreándome en su variedad, su intensidad, su luz; me gusta observarlos y busco en todo momento formas de reproducirlos y combinarlos, siempre con resultados frustrantes, pero con todo el entusiasmo. Comparto con los impresionistas esta fascinación, pero nada de su talento. Lo más difícil es reproducir el verde de la naturaleza. Los diseñadores dicen que el verde es de Dios y debe por tanto evitarse. Y tal vez tienen razón: el infinito de verdes está hecho para proporcionarnos paz, estabilidad, sosiego. Pero los toques coloridos le ponen sal y pimienta al paisaje.
Los animales hacen uso del color de muchas maneras. El cortejo, desde luego, es importante. El colorido de muchas aves tiene la ventaja de hacerlas visibles para llamar la atención y ayudarles a buscar pareja. Algunos lo portan todo el tiempo, otros lo despliegan sólo cuando andan de ligue. En la Huerta tenemos toda una dinastía de cardenales que coquetean con un descaro escandaloso en los límites del jardín. Sabemos que van varias generaciones porque los hemos acompañado en el crecimiento, y hemos podido observar ligeros cambios de una prole a la otra. Tengo la impresión, sin atreverme a afirmarlo categórica o científicamente, que su color rojo es más brillante en la juventud, casi un rojo bermellón, y conforme madura se oscurece un poco, lo que nos permite reconocer si tenemos ante nosotros a Richelieu, Montesquieu o Lucciano (Tuvimos que bautizarlos para identificarlos, y este último fue nombrado por quienes leen este blog).
Hay también varias familias de pinzones. Estos pajaritos nos ayudan a distinguir su género por el tono de su cuello y pecho, rojo en el macho y marrón grisáceo en la hembra. Se trata de amables y cantarinos habitantes regulares de la terraza, a diferencia de las calandrias, que combinan su amarillo brillante con un contrastante negro como para advertir a sus víctimas de su presencia. Y es que estas aves color señal de carretera son unos terribles depredadores, particularmente de las mariposas bailarinas que se pavonean de dos en dos a lo largo de toda la primavera y buena parte del verano.
¡Pobres maripositas! Necesitan el colorido para identificarse entre sus pares y para encontrar pareja adecuada, pero esto las hace particularmente vistosas y atractivas para los ladrones de lepidópteros. Aunque la verdad es que no son tan inocentes como parecen. Algunas de ellas lucen ciertos colores a manera de advertencia pues, siendo terriblemente tóxicas, no conviene incluirlas en el menú de la semana. Lo mismo hacen otros animales, como la serpiente coralillo o la rana flecha roja que habita en Centroamérica, una ranita diminuta (un centímetro como mucho) cuya piel es tan tóxica que es capaz de matar en minutos a quien se atreve tan solo a tocarla. De hecho, los nativos de la zona lo sabían bien, y aprovechaban su veneno para untarlo en la punta de sus flechas, asegurando así su letalidad. Pero no necesita tratarse de un bicho tan malo para que su color sea una advertencia. La pequeña Catarina (“mariquita”, la llaman en otros lados), con su caparazón rojo moteado de puntos negros, es suficientemente tóxica para que lagartijas, cuijas, pájaros y murciélagos decidan no comerla. Ignoro si son dañinas también para las personas, pero no sé de nadie que haya querido engullir alguna.
Otros animalillos se aprovechan de esta amenaza y se disfrazan de colores peligrosos, sólo para protegerse de los tragones y los vecinos incómodos. Esto es común entre las mariposas, pero en la huerta tenemos un habitante menos agradable e igual de tramposo. Se trata de una serpiente falsa coralillo, que asusta como si fuera de a deveras, pero sólo comparte los colores de la mala para evitar que se la escabechen. Hay un truco para distinguirla, pero resulta poco práctico cuando uno está espantado. Se trata de un dicho en inglés que define la diferencia: “Red next to black is a friend of Jack”[1]. Quiere decir que, si en la alternancia de sus colores, el blanco está pegado al negro, se trata de una falsa e inofensiva viborilla, pero de aquí a que observamos el orden de sus colores, recordamos la rima y la traducimos, lo más probable es que ya nos encontremos a muchos metros de distancia de la inocente.
Hay algunos que usan el color de su superficie justamente para lo contrario, es decir, para esconderse, más que para hacerse notar. Lo que hacen es mimetizarse con el ambiente, logrando así pasar inadvertidas para los malos de la película. Todos sabemos que así son los camaleones, aunque yo me pregunto cuántos han visto uno de verdad. Pero hay otros como ellos. Los grillos o las mantis, por ejemplo, así como algunas garrapatas y cochinillas.
Antes de despedirme, les contaré un detalle curioso. Decía la semana pasada que no hay mamíferos verdes, lo cual aparentemente los convierte en blanco fácil entre árboles y pastos. Llama la atención que el tigre, que necesita pasar desapercibido para acechar a su presa, tenga esas llamativas rayas negras y naranjas que parecen tan notables. Hace unos días, el naturalista David Attenborough me resolvió este dilema (a mí y a otros varios millones de personas que seguimos sus programas de difusión). El color de la piel de los animales está relacionado con su alimentación y su metabolismo, incompatible con la ingesta de los mamíferos, y por ello nunca desarrollarán pelaje o piel verde. Pero para su fortuna, sus presas son daltónicas, y no distinguen el naranja, por lo cual, en lugar de un felino peligroso, sólo ven líneas verdes que se mueven lo mismo que si fueran cualquier vegetal meciéndose con el aire.
El color... otro regalo de la Naturaleza.
NOTA DE HONESTIDAD: En esta ocasión, salvo las dos primeras fotos, en las que aparecen nuestros amigos los cardenales, el resto son imágenes cortesía involuntaria de la red (¿O pensaban que tenemos un tigre en la Huerta?)
[1] “Rojo al lado del blanco es un amigo de Jack”. En español no hay rima y el truco mnemotécnico pierde sentido, pero el dicho ayuda a distinguir entre la coralillo y la falsa coralillo.