Cuesta trabajo creer que la belleza de la Naturaleza sea resultado del caos evolucionando espontáneamente. Siento que tiene que haber una intención inteligente en tanto orden, una conciencia luminosa en tan sensible y generosa armonía. Pero como mi cerebro es infinitamente limitado para desvelar estos profundos asuntos, me limito a disfrutar del paisaje procurando recrear mis sentidos sin tanto afán de cuestionamiento.
En días radiantes como el que tuvimos hoy, la vista se entretiene largamente, consciente del privilegio del color que explota ante nuestra mirada, como invitando al goce, al tiempo que nos reta a un desafío imposible de superar.
El color que predominan en la Huerta es desde luego el verde. EL VERDE, debería decir, así, con mayúsculas, con veneración. O aún más propiamente LOS VERDES, porque son miles, millones quizá, literalmente incontables. No es casualidad que los hospitales y las escuelas estuvieran antaño pintadas de verde, pues es el color que más serena el espíritu. Y al mismo tiempo que da paz, comunica la vida que simboliza. Sabemos que el verde de las plantas es producto de la fotosíntesis y la clorofila, pero este incipiente conocimiento químico no resta un ápice al placer de contemplar su variedad y riqueza. Por cierto, hace poco me enteré que no existe ningún mamífero verde, lo cual, aunque no lo parezca, es un inconveniente, como veremos más adelante.
Como niña siempre me pregunté cuál era la necesidad de que el mundo tuviera tantos colores. ¿Para qué servían, más allá de su primor? Bueno, me dijo alguna maestra, por lo pronto para distinguir la fruta madura de la que aún no lo está. El ansia de encontrar la relación causa-efecto comenzó a hacer sentido: los colores tienen una función.
En la Naturaleza, los colores tienen muchas más funciones que el mero recrear nuestra vista. De hecho, estas funciones tienen que ver, no sólo con la luz que los objetos reflejan, sino con la capacidad que tiene cada especie para percibirlos. Uno pensaría que todos vemos lo mismo, pero no es así. Los primeros animales sobre la tierra, por ejemplo, vivían en un entorno de paleta terriblemente aburrida, pero no les importaba, pues sus ojos primitivos no tenían la capacidad para distinguir el color. Los insectos y otros bichos, en cambio, ven más allá del espectro que nuestra mirada puede descifrar. Es difícil imaginar esto, pero puede ayudarnos el ejercicio de entrar a un cuarto oscuro e iluminarlo con luz ultravioleta. Lo veíamos hace años en las fiestas de quinceañeras y lo hemos visto hasta el cansancio en las series policiacas de la televisión. Podemos imaginar lo importante que es este sentido cuando vemos la proporción que tienen los ojos de algunos insectos, como las moscas o las abejas, en relación con su cuerpo.
El propósito de los colores de las flores primaverales no es agradar a nuestra vista, sino atraer polinizadores. Los colores intensos les sirven a insectos y aves para encontrar alimento. Sus preferidos son el amarillo y el rojo, pero siempre que hay flores en tonos lilas o morados encontraremos abejas en ellas. Y los colibríes también se guían por sus tonos para beber el néctar. No es sólo que estas preciosas inflorescencias sean presumidas o generosas con su apariencia y su dulce contenido, es que también necesitan la visita de los huéspedes para distribuir su polen y reproducirse.
Hay en la huerta un árbol que da flores con una particularidad fascinante. Se trata de la majagua, que comienza por echar unas flores amarillas brillantes y luminosas. Conforme maduran, estas flores se van tornando naranjas, rojas, y finalmente violetas, antes de caer al suelo vestidas de borgoña para integrarse al sepia de la tierra y convertirse en alimento de otras plantas.
Estos colores naturales sirven también para otra maravilla estética que permite al hombre intervenir y participar en la creación. Se trata de la obtención de pigmentos y tintes. Reyes y cardenales renacentistas se vestían de rojo por lo difícil que era reproducir este color, hasta que los españoles llegaron a nuestras tierras y descubrieron la grana cochinilla que los hizo ricos y los ayudó a quedar bien con la nobleza. El cempasúchil se usa para colorear textiles y códices y el famoso azul maya se obtenía a partir de una combinación de material orgánico e inorgánico (paligorskita y saponita para ser precisos). El otro día, podando jitomates, descubrí que sus hojas producen un tinte verde difícil de obtener con los Prismacolor de la infancia. Si alguien quiere experimentar con estos pigmentos, recomiendo intentar aglutinarlos con elementos naturales, como la clara de huevo o la baba de nopal… para seguirnos con el tema orgánico.
La variedad de colores entre las flores es asombrosa, y sus combinaciones, infinitas, pero los frutos no se quedan atrás. ¿Quieres uno amarillo o naranja? ¿Por qué no rojo, verde, o morado? Curiosamente lo que no hay es un fruto azul. Ni siquiera la “blueberry” es verdaderamente azul. En cambio, aunque pocas, las flores sí se presentan en este color. Por aquí hay una ipomoea que abre sus botones por la mañana y los cierra por la tarde para mandarlos a dormir.
Hay mucho más que decir sobre los colores. Si quieren saber por qué los mamíferos no pueden ser verdes, no se pierdan la continuación de este colorido blog.