La rutina diaria en Huerta San José comienza y termina recorriendo sus caminos.
Al amanecer, respiramos el aire puro de la mañana acompañados por el canto de miles de aves que despiertan, y supervisamos el estado general, tomando nota de detalles por atender y tareas por realizar: ¿Llovió durante la noche? ¿Alguna rama se desgajó, se cayó un árbol? Hay que podar los manzanos, agregar composta a los aguacates, regar la lavanda; debemos reforzar ese muro, conviene limpiar esta acequia, tutorear el jitomate, trasplantar el chile, cosechar la guayaba…
Por la tarde despedimos al sol con una luz diferente, satisfechos del trabajo realizado y listos para descansar.
Y mientras caminamos vamos haciendo un recuento de nuestra historia, disfrutando resultados, corrigiendo rumbos y meditando…En cuestión de caminos, Huerta San José tiene dos áreas completamente diferentes: la huerta propiamente dicha, con caminos rectos y bien definidos, y un área de conservación natural, atravesada por sendas sinuosas y casi mágicas, a la que nos gusta llamar “El Sendero Ecológico”
NECESITAMOS ORDEN.
Pasada la seca primavera, el primer verano llovió a raudales, pintando de verde rabioso lo que unos meses atrás era sólo tierra. La hierba silvestre creció como agradecida de nuestra llegada, mientras planeábamos el destino de la huerta. Llegando el otoño iniciaríamos la plantación de frutales, pero, fieles a nuestra obsesión planificadora, necesitábamos antes definir el destino preciso para cada árbol y esto implicaba trazar de caminos.
Comenzamos en papel. Medición exacta, escala precisa, investigación y estudio… todas nuestras manías en blanco y negro. Acordado el plano, lo siguiente era realizar.
Estacas, mecate y mazo en mano, empezamos a trazar los caminos. La idea inicial era agrupar los frutales por familias, y así diseñamos un paseo de los citrus (Lima, limón, naranja, toronja y mandarina), otro de los prunus (durazno, chabacano, ciruela y capulín) y uno más de malus (manzanas, peras, membrillo…). Había un camino de todo un poco al que llamamos el paseo del ponche: guayabas, tejocotes… El camino tropical tenía mango, papaya, mamey, litchie, tamarindo… De esta variedad sólo conseguimos conservar el tamarindo. Agregamos además algunos árboles que nos proporcionaran gramíneas (macadamia, almendra, nuez de la india, pistache), sorprendiéndonos con la generosidad de estos gigantes.
Los primeros caminos estaban delimitados por cuerdas que los animales movían a su antojo, por lo que buscamos algo que los definiera con más estabilidad. De la construcción habían sobrado unos polines que sirvieron para este fin,
pero en cuanto nos fue posible los fuimos sustituyendo por tabiques que subsisten hasta el día de hoy.
EL SENDERO ECOLÓGICO
El área productiva constituye aproximadamente la mitad del terreno que ocupa Huerta San José. El resto seguía siendo un pastizal desolado que clamaba por agua.
A fuerza de caminar recorriendo el espacio, nuestros pasos fueron marcando un sendero que ya existía en nuestra mente. Con el sol a plomo, soñábamos con caminar algún día bajo la sombra de unos árboles que no había.
La casa tiene un pequeño patio central, y justo ahí, donde no los queríamos, comenzaron a crecer unos fresnos muy inconvenientes, porque cuando crecen desarrollan raíces largas y fuertes, excelentes para sostener al árbol, pero destructora de cimientos, tuberías y muros, de manera que decidimos invitarlos a crecer un poco más lejos de la construcción. Es relativamente fácil trasplantar un árbol joven, pero hay que hacerlo antes de que su raíz esté muy extendida para no maltratarlo. Todo lo que hicimos fue “banquearlos” y trasladarlos a los lados del camino que comenzaba a dibujarse.
Los aires de febrero habían dejado semillas de todo tipo sobre la tierra, y la lluvia del verano permitió que pequeñas jacarandas, guajes y cedros comenzaran a crecer. Cuando descubríamos a uno de estos bebés, le limpiábamos unos cuantos centímetros alrededor que nos permitieran observarlos, regarlos, mimarlos… y así fue creciendo un pequeño bosque a los lados del sendero. Eventualmente alguno germinaba sobre camino, pero cuando son pequeñitos es sencillísimo convencerlos de crecer un paso más atrás.
Casi sin darnos cuenta, la Naturaleza hizo el resto. Pronto los pequeños arbolitos desarrollaron ramas largas y follajes ricos, y proporcionaron sombra y refugio para un sinfín de especies. Las hierbas nativas volvieron a sentirse seguras y la fauna regresó, enriqueciendo la diversidad con cada estación. Arboles ausentes hasta ese momento aparecieron como de la nada, y nuestro paseo diario se convirtió en una inmersión a un ecosistema renovado donde el clima era ya diferente a aquél que prevalecía tan solo a cien metros de ahí.
Respetar el hábitat de las especies que retornaron a su casa original nos ha premiado con la presencia de aves, reptiles, pequeños mamíferos y un sinfín de insectos que alternan su canto con el trino de pájaros en una polifonía que supera cualquier concierto sinfónico. Hay fiesta para todos los sentidos: escuchamos “el coro de los grillos que cantan a la luna” y el zumbar de las abejas, percibimos los aromas de la tierra mojada y las sensuales flores, sentimos el aire acariciando la piel, vemos un infinito de verdes imposibles de reproducir e incluso saboreamos alguna mora silvestre que se nos ofrece descarada a mitad de la jornada. Caminar por el sendero es pisar tierra sagrada y venerar en poder que nos supera en todo.
AL FINAL DEL CAMINO…
La vida es un camino, a veces recto y claro, otras veces sinuoso y oscuro, pero vale la pena aventurarse. Cada vez que me encuentro con ese hundimiento persistente recuerdo que lo que veo hoy es el resultado de decisiones tomadas hace muchos años. Puedo hacer algunos cambios, pero debo evaluar si el esfuerzo vale la pena, si dañaré el ecosistema, si hacer paz con lo que ES me dará más paz. Comprendo que si quiero sombra debo sembrar árboles, y que a cada paso surgen bifurcaciones ante las que hay que tomar una decisión.
La palabra “rutina” proviene del latín route que significa ruta, camino. Hace referencia a un desplazamiento de un punto a otro: hoy estoy aquí y quiero llegar allá: ¿cuál es la mejor ruta? Hay etapas en la vida en las que la rutina es necesaria si se quiere llegar a un destino. Pero llega el momento en que seguir de frente deja de interesarnos y podemos darnos el lujo de recorrer senderos y aventurarnos, o detenernos y contemplar.
Los caminos de la huerta son una metáfora de la vida entera. Hay puntos en los que no sabes a dónde vas o qué te vas a encontrar, y otros donde es casi obligatorio detenerse y contemplar. Seguirlos es ver presente, pasado y futuro. Es perderse y volverse a encontrar, es querer y no querer llegar.
La vida es andar.