Recientemente hemos recibido muchas preguntas respecto al cultivo de la lavanda. Es frecuente que nuestros amigos nos manden fotos de matitas de lavanda que florean muy poco o se ven “tristes”. Hoy vamos a hablar un poco sobre los cuidados que esta planta necesita, y en particular, de su cosecha.
La lavanda es una planta muy noble, que requiere de pocos cuidados y tiene pocos enemigos. Necesita de agua suficiente, pero no encharcamientos, porque éstos pueden producirle enfermedades, por lo que es importante cultivarla en tierra con buen drenaje. Si la tienes en maceta, asegúrate de que el agua pueda escurrir para evitar el ahogamiento de las raíces y la formación de agentes patógenos, especialmente hongos.
El requisito que la lavanda no perdona es el de luz abundante. Soporta perfectamente vivir a pleno sol, es más, lo prefiere, y le es indispensable para florear. Si la lavanda de tu terraza o jardín no florea lo suficiente, la sombra puede ser una causa. Asegúrate de colocarla en un sitio donde reciba abundante sol, particularmente el de la mañana, pero si puedes ponerla en un lugar donde se asolee todo el día, se dará mucho mejor. Si aún así tu lavanda no produce flores, lo más probable es que no la estés cosechando como deberías.
Nos gusta ver nuestros jardines llenos de flores, y nos cuesta trabajo retirar a aquellas que empiezan a marchitarse, pero el mejor estímulo para la floración es la cosecha. La lavanda tiene la ventaja de que, cuando la cortas, tu ramillete de flores puede durar mucho tiempo y proporcionarte grandes beneficios, a diferencia de otras especies que, una vez cortadas, sólo se marchitan, se pudren y huelen mal. Así que… ¡A cosechar lavanda!
En las grandes plantaciones de lavanda en Europa se emplea maquinaria especializada para esta tarea. Con la ayuda de la tecnología el trabajo se hace mucho más sencillo y la productividad aumenta. Recordemos que las primeras máquinas de la Revolución Industrial eran destinadas al trabajo del campo y la elaboración de textiles. Estas máquinas, además de ir retirando la flor de la planta, la va picando, de manera que cuando termina la cosecha está lista para procesarse en enormes instalaciones industriales para la obtención de aceites esenciales.
En pequeña escala, sin embargo, independientemente de que el uso de maquinaria especializada resulta incosteable, la cosecha manual aporta beneficios que no es posible cuidar con la industrialización.
Cuando cosechamos la lavanda de manera manual, podemos elegir qué flores cortar, dejando que aquellas que aún no están suficientemente maduras sigan creciendo en la mata hasta alcanzar el tamaño y color que deseamos. Esta acción además nos obliga a un contacto cercano y directo con cada planta, lo que nos permite detectar a tiempo cualquier amenaza para su salud.
Este trato “personalizado” evita además que la planta se estrese (sí, las plantas también padecen estrés) por la presencia de ruido, vibración, contaminación y roce metálico de las máquinas, lo cual ayuda a tener un cultivo más fuerte y sano, lo que se traduce en mayor productividad y mejor aspecto.
La forma de cosechar la flor de lavanda es simple:
Elige sólo las flores maduras. ¿Cómo saber cuáles están listas para cortarse? La flor madura tiene un tallo largo y firme, exento de hojas, y una corona vertical, alargada (dependiendo de la variedad) y de un color lila en la punta, que transita hacia un morado cada vez más oscuro conforme bajas la mirada, y con tonos ligeramente cafés en la base de la flor, en el punto donde ésta se une al tallo.
Si el tallo es corto y la flor es pequeña está inclinada por su propio peso, la flor no ha madurado aún. Déjala crecer. Esta es una selección que no puedes hacer cuando cosechas con maquinaria, por lo que todas las flores inmaduras estarán perdiendo su posibilidad de continuar creciendo hasta el momento óptimo.
Con una mano toma el tallo de la flor que vas a cortar y con la otra haz un corte justo por encima de donde comienza a haber hojas. Procura hacerlo en un solo corte firme, que no desgarre el tallo para que no se lastime, por lo que te recomendamos usar herramientas bien afiladas. Hay muchas tijeras para flores en el mercado, pero también puedes usar las tijeras de la casa o de la cocina. El tallo de la lavanda no es duro, por lo que la más pequeña te servirá para esto. Sólo asegúrate de mantenerla limpia y bien afilada.
Repite esta operación con todas las flores maduras, manteniendo en tu mano las que ya cortaste, de manera que vayas haciendo un ramillete. Cuando tengas un número suficiente en tu mano para que el ramo tenga el tamaño que quieres, o cuando te sea incómodo seguir agregando más flores, amárralas suavemente con un mecate que no las raspe y que esté limpio.
Cuelga los ramilletes cosechados boca abajo y manténlos en un lugar fresco, seco y con poca luz, para que se vayan secando. Aproximadamente en tres o cuatro semanas tendrás tus ramos con la consistencia ideal para hacer adornos u obtener productos derivados. La lavanda no es una flor para florero; en cuanto la cosechas el tallo pierde fuerza y se dobla por el peso de la flor, con lo que de inmediato adquiere un triste aspecto de “desmayo”.
Por eso es conveniente colgarla a secar con la flor hacia abajo. Cuando está suficientemente seca, el tallo recupera su rigidez y entonces podrás colocarla donde gustes.
No dejes que las flores se sequen en la planta. Esa es la principal razón por la que suelen dejar de florear. Aún si no tienes intención de (o tiempo para) amarrarlas y colgarlas a secar, retíralas antes de que se sequen. Si no las vas a usar, con confianza agrégala a tu composta. Aporta muchos nutrimentos para tus cultivos al descomponerse.
En el mundo se obtienen entre 1 y 3 cosechas de lavanda al año. En Huerta San José, gracias a la ubicación geográfica y al método de cosecha manual, obtenemos hasta 12 cosechas en un año. Te invitamos a conocer nuestro cultivo.