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Historia de la lavanda en Huerta San José

Actualizado: 30 mar 2021

Hace quince años hicimos una pequeña convivencia para inaugurar la “Huerta”. Lo pongo entre comillas porque entonces no era más que una casa en medio de un terreno yermo, en el que predominaba la tierra arenosa y algo de zacate. Cuando llegó el primer verano, el espacio se llenó de eso que llaman “pasto carretero”, que florece bella y fugazmente en otoño, pero no tiene mayor utilidad. Pero cuando iniciamos la aventura, tras poco menos de un año de construcción, la desolación era total. No había un solo árbol, no había hierbas silvestres ni flores de ningún tipo. Solo tierra y muchas, muchas tuzas.


Pero ya se llamaba Huerta San José, porque teníamos un sueño y sabíamos lo que queríamos.


Así pues, invitamos a nuestros amigos y familiares a inaugurar la aventura. Conscientes de que la gente suele llevar un regalito a la inauguración de una casa, les pedimos a nuestros invitados que trajeran una plantita, la que quisieran. Llegó de todo, desde ficus enanos hasta flores exóticas, pasando por todas las especies que suelen poblar un jardín, y así se inició la transformación de nuestro paisaje: con un pedacito de vida que aportaron las personas que hoy forman parte la Comunidad de San José, y que permanece y progresa ahí donde la plantamos… porque todo el que visita Huerta San José deja su huella.


Entre aquellas primeras plantas, una amiga amante de la aromaterapia nos regaló una matita diminuta de lavanda. Contra todo pronóstico, pues se dice que su vida natural va de 6 a 10 años, esa hermosa fundadora aún florece en una esquina del jardín. Con su llegada, y la guía de nuestra amiga, comenzamos a aprender sobre sus propiedades y su importancia. Ese septiembre plantamos los primeros árboles frutales, y sabíamos que necesitábamos polinizadores para que fueran productivos.

Habíamos observado la constante presencia de abejas en la pequeña lavanda y nos pusimos a investigar un poco… Parecía una buena idea. Compramos 10 matitas más. Venían en bolsa de vivero de 10 centímetros y no medían más de 25 de altura. Así como la primavera había sido muy cálida, ese año el verano fue largo y pasado por agua. El verdor comenzó a explotar y la lavanda creció con enjundia, anunciando que había encontrado su lugar. Para fin de año teníamos ya 70 matitas de lavanda y comenzábamos a reproducirla por esquejes.

En el lindero de la Huerta corre un arroyo, y en aquella época se desahogaba en su cauce el agua con la que se limpiaban los corrales de cerdos de una granja cercana, por lo que a media tarde el olor era… bueno, de rancho. Pero la lavanda crecía justo frente a la terraza de la casa y descubrimos su función de barrera aromática.


Al llegar la siguiente primavera, nuestros pequeños arbolitos frutales comenzaron a florecer y las abejitas que antes revoloteaban sobre la lavanda se daban gusto con la variedad del banquete que tenían a mano. Prácticamente todos los árboles fructificaron en aquella primera temporada.


Para su quinto aniversario, la Huerta se había transformado. La plantación frutal original fue modificándose a partir del aprendizaje empírico y la evidencia de nuestra ignorancia inicial, pues no todas las especies plantadas eran aptas para nuestro clima. Habíamos descubierto que las mandarinas y las guayabas se daban especialmente bien en nuestro terreno, y comenzamos a hacer mermeladas.


Poco a poco fuimos retirando los árboles improductivos por especies más propicias… y aumentando el espacio destinado a la lavanda.


Para entonces ya sabíamos un poco más. Por ejemplo, descubrimos que nuestra primera plantación era absolutamente incorrecta. Para producir flores, la lavanda requiere de su espacio, y para poder cosecharla se necesita orden. Había una distancia y una orientación que no habíamos respetado. Tampoco la estábamos cosechando correctamente, y una vez cosechada no sabíamos muy bien qué hacer con ella. O sea, sabíamos un poco más… ¡pero muy poco! Había que ponerse a estudiar.

Además de la consulta con conocedores, la visita a campos de lavanda y la investigación documental, comenzamos a experimentar. Habíamos ido aprendiendo sobre sus propiedades, pero no sabíamos cómo explotarlas. La obtención de aceite esencial nos parecía un sueño imposible, a juzgar por los métodos que habíamos observado en los sitios que habíamos visitado: nuestro plantío era demasiado pequeño para que valiera la pena el esfuerzo y la inversión, pero había otros caminos, y comenzamos a probarlos.

La cocina de la casa se convirtió en el primer laboratorio. Y después también el comedor y la sala… y todo el espacio disponible. Comenzamos utilizando envases reciclados y vitroleros de aguas frescas. Probamos con flor fresca y seca, con y sin tallo, con y sin calor en el proceso, con todos los medios líquidos y gaseosos con los que nos cruzamos en el camino. Compramos todos los libros que encontramos, vimos todas las recetas publicadas en la red (¡y vaya que si las hay!), anotamos rigurosamente los resultados que íbamos obteniendo y finalmente llegamos a obtener dos productos que hasta la fecha, con sus pequeñas mejoras y sus cambios de presentación, siguen siendo ampliamente solicitados por quienes los conocen: el Humectante y el Aromatizante de Lavanda.

Hace pocos años, una plaga atacó a todos nuestros cítricos, de manera despiadada y devastadora. En un par de semanas murieron como 175 árboles. Era el final de una era para la Huerta, y el comienzo de otra. Hubo que desplantar todos los árboles desde la raíz y sanitizar la tierra. Lo que habían sido hermosos caminos bordeados por mandarinos, naranjos, limoneros y sus primos, cuidados con amor durante más de diez años, ahora volvía a ser un vacío de tristeza. Pero en cuanto la tierra pudo ser trabajada de nuevo, no dudamos ni un minuto: su nuevo destino era la lavanda. Cien matas se convirtieron en quinientas y luego en mil, y mil quinientas… El paisaje se tornó violeta, las abejas se regodearon y nuestros amigos encontraron un espacio donde relajarse, fortalecerse y descubrirse.


Había llegado el momento de producir aceite esencial. Pero… ¿cómo? De nuevo a los libros, las consultas, las visitas, la red… Relatar este camino sería tedioso, así que lo resumimos: en la primavera de 2018 conseguimos el primer alambique y comenzamos a experimentar. Unos meses después obtuvimos otro alambique, y luego una más.

Con esfuerzo y disciplina logramos estandarizar nuestro proceso, y desde el año pasado estamos envasando un aceite esencial de lavanda 100% puro, disfrutando de sus beneficios y compartiéndolos con una comunidad que lo aprecia cada día más.

Seguiremos informando.

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