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Hijas de la guayaba

  • 24 nov 2020
  • 4 Min. de lectura


En cuanto la cocina huele a guayaba y mandarina, me parece que ya llegó la Navidad. Parezco tienda departamental. Seguro tendrá que ver con el trofeo de la piñata en las posadas infantiles, porque el olfato es el más evocativo de los sentidos. Pero también tiene que ver con ese clima seco y contradictorio, en el que a la sombra tiritamos y en el sol nos tatemamos. Ese sol que pica pero no calienta es típico del invierno del Altiplano. Ha llegado el tiempo en el que las mamás decían “tápate, que te vas a enfriar”. Es la estación de los resfriados, las gripas, y la influenza. Este año es el tiempo del pánico ante las enfermedades respiratorias.

En una conversación de esas que dominan las convivencias de las personas “de cierta edad”, alguien aconsejaba tomar grandes dosis de vitaminas C y D, con sus respectivos nombres comerciales que no repetiré aquí. La sabiduría de mi amiga MC rebatió con su sencillez y claridad habitual: “… o naranja y sol”, dijo, y nadie le pudo discutir. Y es que, en efecto, la Naturaleza nos da justo lo que necesitamos cuando lo necesitamos. Por eso el invierno es el tiempo de las mandarinas, aunque para efectos prácticos, cualquier cítrico vale.


Es increíble lo que hemos aprendido sobre salud en tiempos de pandemia. En mi infancia nos decían que la gripa venía del contacto de los pies descalzos sobre el piso. O de salir sin suéter, o era culpa de la lluvia, o del chiflón que se forma entre la ventana y la puerta… Yo me preguntaba cómo le hacían los nórdicos para sobrevivir a temperaturas que en mi país no existían ni en el refrigerador. Y es que en el siglo XXI todavía hay quien ignora aquello que Antonio van Leeuwenhoek descubrió hace 300 años y Pasteur afinó después: sin bichos, no hay enfermedad. Si no respiras el virus, si no invitas a la bacteria a vivir en tu organismo, por más que te enfríes no tienes por qué acatarrarte.


Ya más para acá se habló del sistema inmunitario, y de la capacidad que tiene nuestro cuerpo para guerrear contra estos invasores. Entonces descubrimos factores que disminuyen las defensas: las bajas temperaturas, sí, pero también el exceso de sol, y sobre todo el estrés. Entre muchos otros, claro. Pero hoy nos vamos a concentrar en eso de “tápate, que te vas a enfermar”. El caso es que el invierno se asocia con las enfermedades respiratorias. Escuchando a los epidemiólogos, que son como los Rock Star de esta época, aprendí algo más: no es sólo que yo me enfríe por descuidada; es que las bajas temperaturas fortalecen a los virus. ¡Malditos!

Nosotros no lo sabíamos, pero la Naturaleza sí, y por eso nos dio las piñatas. O su contenido tradicional, rico en alimentos calóricos y vitamínicos, como los cacahuates, las cañas de azúcar y la mandarina. Hay una variedad de mandarina que se llama así, mandarina piñatera, ésa que tiene una cáscara bofa y fácil de retirar, porque la Naturaleza sabía que los niños no iban a tener más instrumentos para pelarla que sus manos.



Junto con todos éstos, hay en esta estación una fuente de vitamina C a la que a veces no damos el lugar que merece. Se trata de la Psidium guajava, conocida en nuestras tierras como guayaba y en otros lados como guava (¿les dará flojera pronunciar el nombre completo?). La guayaba tiene más vitamina C que los cítricos, pero además aporta vitaminas A, E y D12. Con la ventaja de que es baja en carbohidratos, por lo que se incluye en la mayoría de las dietas de control de peso. Tiene todo tipo de minerales útiles a nuestro organismo: hierro, cobre, calcio, magnesio, potasio, manganeso, fósforo… Es también rica en fibra, con lo cual ayuda a la digestión, es un excelente antioxidante, y, si todo esto no es suficiente… ¡Es deliciosa!



En nuestra plantación inicial en Huerta San José incluimos cinco arbolitos de guayaba, que en el primer invierno dieron fruto en cantidad de escándalo. Conforme fuimos dándonos cuenta de nuestros errores a la hora de elegir los árboles frutales que cultivaríamos, sustituimos todos aquellos que no tenían que estar aquí por guayabos y mandarinos. Creo que ya lo habíamos relatado en un blog anterior. El caso es que llegó el día en que el pasto alrededor de los árboles amanece sembrado de guayabas maduras que piden ser consumidas, y así lo estamos haciendo. Dicen que hay que consumir lo que la Naturaleza da, cuando lo da, porque su tiempo es perfecto. Pero cuando es tan generosa, no alcanza el estómago para acabar con tanta guayaba como produce la huerta, así que el excedente va a dar a los tarros de mermelada para poder consumirla a lo largo del año.


Este blog es un pequeño homenaje a un regalo perfecto y a veces no suficientemente reconocido. Hay una expresión mexicana que pretende ser un insulto y para mí es como el mejor piropo que puedo escuchar: “¡Eres una hija de la guayaba!”. Ojalá…







 
 
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