Hace algunos ayeres, los niños de la ciudad estábamos convencidos de que las lechugas crecían en el supermercado. Entre los congelados y el huevo. Nuestro contacto con la Naturaleza se limitaba al jardín de casa y los días de campo con la familia. En la escuela nos hablaban del proceso de crecimiento de las plantas, pero nuestra experiencia empírica rara vez pasaba de germinar un frijol en un vaso con algodón, que invariablemente iba a dar a la basura.
Huerta San José nos ha dado la oportunidad de tener una experiencia mágica, descubrir los misterios de la Naturaleza y establecer una relación diferente con los alimentos.
La aventura comienza desde el momento en que decidimos qué vamos a cultivar. Los árboles frutales en su mayoría permanecen, pero con el tiempo hemos aprendido cuáles progresan mejor en la zona. La hortaliza en cambio es reto cambiante, una creación nueva en cada temporada. La rotación es importante para no agotar la tierra, así que hay que ser creativos. Hay vegetales que consumimos todos los años, como la lechuga, jitomate, cebolla, chile… (lo básico de la comida mexicana) pero vamos cambiando el lugar donde los sembramos. Otros cultivos van variando. Un año sembramos sólo sandías, y se nos dieron muy bien. Otro año lo hicimos aún más étnico, centrándonos en el frijol y maíz. El año pasado tuvimos huauzontles deliciosos, pero ya no como cultivo único. Desde hace algunos años buscamos que nuestra hortaliza sea diversa para enriquecer nuestro plato y alimentarnos mejor. Hemos tenido zanahoria, rábano, betabel, acelga, tomatillo, chiles de todas las variedades, calabazas gordas y flacas, melón, fresa, pimiento y desde luego todas las hierbas de olor.
El método de cultivo también ha variado. Comenzamos sembrando en surcos, directamente en el suelo de la manera tradicional, pero luego hemos intentado todo tipo de camas de cultivo, contenedores, invernadero… El año pasado hicimos un laberinto con huacales reciclados. El sistema funcionó muy bien, pero el laberinto fue una mala idea. Era divertido entrar a recorrerlo, pero poco práctico para el cultivo y la cosecha. Este año planeamos hacer una mezcla de todos estos métodos. Ya les platicaremos.
Obviamente, lo que sigue es sembrar. El contacto directo con la tierra es una terapia maravillosa: amasarla, mezclarla, distribuirla, jugar con ella… nos regresa a la más primitiva infancia, al encanto del jardín sin miedo a un regaño. A veces comenzamos en almácigos en el invernadero[1]; otras veces vamos directo a los contenedores, las camas o el suelo.
El proceso de germinación es tan íntimo que sólo lo imaginamos, pero en pocos días podemos ver las primeras plántulas aparecer tímidamente. Son como bebés recién nacidos. Hay que cuidarlos, apapacharlos, alimentarlos, protegerlos y verlos crecer. Cada cultivo lleva su ritmo, cada uno sus olores, colores, sabores. Unos producen flores, otros hojas.
En el caso de los frutales, la relación es diferente. El árbol está ahí todo el año, pero ni su aspecto ni los cuidados que necesitan son siempre los mismos. Cada uno tiene su momento de perder y ganar hojas, de requerir una poda, de abono, floración y fructificación.
Hasta que llega el momento de la cosecha. Ese primer corte es tan especial que prácticamente todas las culturas milenarias (y hasta hace poco también las iglesias jerárquicas) lo destinaban a los dioses y sus representantes en la tierra. “Las primicias”, se les llama. Pocas experiencias se comparan con la primera mordida a un durazno maduro arrancado del jardín de la casa.
En la mesa también se nota la diferencia entre lo comprado en el supermercado y lo cultivado en casa. No es sólo el aprecio que uno le tiene al fruto; es que todo su proceso ha sido controlado por nosotros: sabemos en qué condiciones lo cultivamos, qué abonos naturales les agregamos (composta, en nuestro caso), que insecticidas NO empleamos, pero además, su sabor es mucho más rico, más concentrado, y hay una razón para esto. Para que una guayaba llegue a la tienda, es necesario cosecharla muy verde y dejar que termine de madurar en contenedores, y muchas veces con productos químicos agregados. De otra manera no resistirían el traslado y almacenamiento. La maduración que se logra envolviendo un aguacate en periódico nunca será la misma que le da el árbol, pues éste sigue alimentando los frutos, proporcionándoles los nutrientes que le confieren su sabor particular.
Otra ventaja de tener el huerto en casa es que no hay manera de que el alimento sea más fresco. Para hacer una ensalada no hay más que acercarse a la hortaliza y elegir en el momento. Cortamos sólo las hojas de la lechuga que vamos a consumir hoy (el resto sigue creciendo y produciendo en su lugar), cosechamos una zanahoria y cuatro rábanos, cortamos justo lo que necesitamos para preparar la salsa de hoy, la sopita de milpa de hoy…
En este mundo cambiante, agresivo y despersonalizado, cultivar nuestro propio alimento nos regresa a las raíces, nos regala un espacio de seguridad, nos alimenta mejor y nos proporciona una experiencia espiritual sin necesidad de salir de casa.
[1] Si no sabes qué es esto de los almácigos o cómo comenzar un cultivo en invernadero, espera un poco… pronto publicaremos un artículo especial sobre este tema.