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Dulces sueños (Episodio 1)



Hace muchos años que los médicos nos vienen advirtiendo sobre la importancia de dormir bien, y por dormir bien se refieren a tiempo y calidad de sueño. En lo personal no conozco a alguien que diga “¡cómo me gustaría dormir mal!” O no dormir lo suficiente, despertarme a media noche y quedarme como búho, amanecer con tortícolis o tener pesadillas… pero sí a muchos que padecemos trastornos del sueño. Hoy hablaremos un poco sobre los mecanismos del sueño y sus consecuencias. Espero poder explicarme con razonable corrección.


El estrés de la vida cotidiana nos lleva a producir hormonas que nos permiten responder a las demandas y necesidades del día con día. Esto es normal, es sano, es necesario. Sin ellas estaríamos tirados en un sofá, convertidos en un bulto inútil… o muertos. El problema es cuando ese estrés es excesivo y no hay oportunidad de recuperarse. La metáfora que mejor me explica este equilibrio es la afinación de una guitarra: las cuerdas deben tener una tensión precisa para producir el sonido deseado. Una guitarra con las cuerdas totalmente flojas no emite ningún sonido, pero si las tensamos demasiado corremos el riesgo de que se rompan, con el consecuente chicotazo en la cara y la interrupción del concierto.


¿Y cómo se “afina” la tensión en nuestro organismo? Básicamente lo hacen las hormonas. La cuestión es que la producción de estos químicos misteriosos depende de un millón de factores, tanto internos como externos, y de aquí que haya cientos de institutos y universidades dedicadas al estudio de este equilibrio. Pero nos interesa tratar de simplificarlo un poco para que quede claro, al menos para mí.


Los factores externos nos parecen relativamente fáciles de identificar. Se refieren a todas las cosas que pasan a nuestro alrededor y que nos ponen alertas, nos preocupan, nos previenen, nos inquietan… o por el contrario, nos devuelven la paz, nos permiten descansar y relajarnos. Hay eventos que nos hacen “sentir” con toda claridad la reacción química del organismo ante estos eventos: nos late rápida y fuertemente el corazón, nos sudan las manos, se nos aprieta el estómago… Decimos “¡sentí toda la adrenalina!”. Y sí, eso es lo que ocurre. Tiene que ver con la capacidad que tiene el cuerpo para ayudarnos a sobrevivir. Voy a poner un ejemplo: si un día vamos caminando tranquilamente por la calle y de pronto nos enfrentamos con un león de la selva que no debería estar ahí, nuestro organismo produce todas las hormonas que podamos llegar a necesitar para ponernos a salvo. Mucho antes de poder pensar, el cuerpo ya se preparó para correr a velocidades insospechadas. Hemos escuchado hablar de madres que son capaces de levantar un automóvil de más de una tonelada porque su hijo estaba debajo. Esa misma madre no puede con las bolsas de la compra que pesan cinco kilos. Son las hormonas salvavidas que por un momento la convierten en Superwoman. Las situaciones que generan estrés no necesitan ser tan trágicas. Basta tener que entregar un trabajo, esperar a que los hijos regresen del antro, circular por las calles congestionadas de la ciudad o recibir un estado de cuenta para que el torrente químico invada nuestra sangre y eche a andar toda la maquinaria de alerta.



Producir hormonas que nos alertan y nos permiten reaccionar es sano y necesario (me voy a ahorrar los nombres de la mayoría de ellas, porque con que me confunda yo es suficiente, y no habrá examen mañana). Ahora bien, ya logramos huir del león o pagar la cuenta. ¿Qué tal quedamos de cansados? Lo que tocaría a continuación es RECUPERARSE de este estrés. Esa es de hecho la función del cansancio, advertirnos de una necesidad. El problema es que la vida moderna da pocas oportunidades para hacerlo. Vivimos de estrés en estrés, de susto en susto, de exigencia en exigencia, y pensamos que si no vivimos así somos unos perdedores. “Ya habrá tiempo para dormir cuando estemos muertos”. Lo malo es que, si seguimos a ese ritmo, estaremos muertos antes de tiempo. “No tengo tiempo para descansar”, decimos con demasiada frecuencia.


La cosa es que dormir no es de flojos o de débiles, sino de sanos. Si mientras estamos despiertos producimos hormonas que nos permiten responder a la vida, cuando dormimos producimos aquellas que necesitamos para recuperarnos y lograr el equilibrio. Es al dormir que “afinamos” el instrumento que es nuestra salud. Durante el sueño producimos neurotransmisores tales como la seratonina y la dopamina, responsables entre otras muchas cosas de nuestros estados de ánimo. Mientras dormimos se regeneran los tejidos del cuerpo, se fortalece el sistema inmunológico, se equilibra la presión arterial, se restablecen las conexiones neuronales que permiten a nuestra mente funcionar…



Hay básicamente dos hormonas de las que depende este equilibrio: el cortisol y la melatonina. La primera nos ayuda a estar alerta, digamos que enciende la máquina; la segunda la apaga, induce el sueño y permite descansar y renovarse. Son como las funciones de “on/off” del organismo. Y como todos sabemos, cuando ese botón se descompone, por ejemplo porque la energía eléctrica falla o hay un corto circuito, puede ser peligroso. Del “on”, de estar despiertos y activos sabemos mucho: la vida moderna nos ha enseñado todos los trucos, desde las bebidas energizantes y los gimnasios hasta los teléfonos celulares, los jefes exigentes y los hijos demandantes. Desconectarnos ya nos cuesta más trabajo. Es decir, el cortisol lo traemos a todo, pero la melatonina nos anda fallando. Y es justo esta hormona la encargada de hacernos dormir, de producir serotonina, dopamina, noradrenalina y todas las demás “inas” que nos mantienen sanos y felices. ¿Qué nos ayuda a generar melatonina y dormir mejor? No se pierdan nuestro próximo blog.




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