Cuando construimos la casa de Huerta San José queríamos darle un aspecto atemporal, o al menos no “moderno”, lo cual puso a prueba la paciencia y la creatividad del arquitecto. Nuestra intención era que tuviera un estilo mexicano con sabor a campo y tradición, así que nos dimos a la tarea de buscar materiales acordes. Recorrimos pueblos, mercados y tiendas de viejo, y encontramos detalles que nos gustaron. Entre nuestras consentidas se encuentran unas puertas antiguas que encontramos en un bazar de material de demolición. Algunas habrán pertenecido a iglesias o casas de antaño, otras tal vez eran hechizas, pero igual nos gustaron.
Una de estas puertas viejas, quizá la que más me gusta, perteneció a un convento, y tiene una característica muy particular: Sólo se puede abrir desde afuera, con una llave muy muy muy antigua y un mecanismo complicado. No tiene picaporte ni nada que se parezca a lo que conocemos. Normalmente lo que hago cuando estoy dentro es dejarla abierta y despreocuparme, pues es la puerta del taller y no necesito intimidad para trabajar ahí. Pero el otro día una persona me llevó un material y al salir, en un movimiento automático, cerró la puerta y se fue, dejándome encerrada dentro y sin comunicación.
Mientras esperaba a que alguien viniera a rescatarme, me puse a recordar un ejercicio de introspección que me ha sido útil para revisar mis relaciones personales en infinidad de veces. No es un tema relativo a la botánica o la agricultura, pero lo comparto porque la naturaleza humana es tan parte de la Naturaleza como las plantas y los animales.
El ejercicio consiste en imaginar que nos encontramos solos dentro de una habitación, fuera de la cual están todas aquellas personas con quienes tenemos contacto. La habitación está rodeada por puertas, ventanas, vanos y otras comunicaciones, cada una representando la relación con nuestras diversas relaciones interpersonales.
La idea es elegir una persona en particular y preguntarnos: si mi relación con esta persona fuera una puerta, ¿Cómo sería? ¿De qué material? ¿De que espesor o peso? ¿Cómo se abre? ¿Quién tiene la llave…? Existen infinidad de dinámicas de este tipo, y seguramente en el transcurso de la vida hemos practicado varios, pero como este blog se ha convertido un poco en la realidad de la huerta como metáfora para la vida, y como las puertas son parte de esa realidad, hoy el confinamiento y la lejanía de aquellos que quiero me llevó a revisar el tema.
Con esa idea en mente me puse a recorrer las puertas que encontré para fotografiarlas y compartirlas aquí con algunas reflexiones personales. Por ejemplo…
La puerta de acceso a la casa tiene polilla. Es una puerta muy vieja y muy bella, pero si no logramos contener a la plaga, tendremos que cambiarla, porque entonces ya no cumplirá con su función, que es proteger.
Hay puertas que se abren y cierran por los dos lados, hay puertas que jamás se abren, hay vanos que no tienen puertas. Hay ventanas desde las que se puede ver hacia afuera, pero que no permiten salir de donde estamos, y otras que no permiten que los demás nos vean. Hay puertas ligeras y de mecanismo fácil, y otras pesadas, duras y complicadas. Hay puertas en las que yo tengo el control y otras en las que no lo consigo. Hay puertas que cualquiera puede abrir. Hay puertas que protegen, y otras que están en peligro.
He aquí algunos de los pensamientos que vienen a nuestra mente cuando observamos una puerta:
En estos tiempos de confinamiento, somos dueños de lo que ocurre detrás de la puerta.