Todos sabemos que hay que desparasitar a los perritos. De hecho, a los humanos también nos viene bien. En lo que a veces no pensamos es en los parásitos de las plantas, particularmente cuando estos parásitos son “bonitos”. Es el caso de un tipo de muérdago que crece en las ramas de los árboles. El proceso de transmisión es un poco prosaico: el pajarito ingiere la semilla y luego la defeca en el árbol. Esa semilla germina sobre la rama e injerta su raíz en ella. Crece entonces una planta muy bonita, que cae con una gracia espectacular… y que seca la rama, llegando a matar al árbol completito.
Cuando vimos las primeras guías colgando de los fresnos nos pareció que era parte de un proceso natural y decidimos dejarlas. Pero de pronto el equilibrio se perdió, y esta presencia se convirtió en una verdadera plaga. No basta con arrancar la planta, pues su raíz penetra muy profundamente en el árbol, y hay que cortar la rama entera. Lo hicimos así en todos los árboles frutales y más o menos íbamos ganando la batalla, pero en el sendero ecológico decidimos dejar que la Naturaleza decidiera…
Bueno, pues no sé si la Naturaleza siempre decide bien, pero el caso es que a mí no siempre me gustan sus decisiones. Resulta que la plaga se extendió al grado de invadir la mayoría de los árboles e incluso matar algunos de ellos. Confieso que me lo habían advertido, pero no le di importancia hasta que vi el riesgo de devastación.
Así que comenzó la guerra. Cuando la plaga está limitada a las ramas, las cortamos desde el nacimiento. Algunos árboles quedaron casi convertidos en postes. Mientras estén vivos, volverán a producir ramas nuevas y agradecerán la intervención, pero algunos ya estaban francamente secos. Dos o tres, por fortuna; todavía no demasiados, pero precisamente por eso hay que actuar rápidamente. Digamos que, cuando hay una epidemia, entre más pronto se atienda, mejor… como nos lo ha demostrado la que hoy nos aqueja. En fin, los árboles muertos se convirtieron en leña, aunque dejaron la huella de su existencia a manera de tocón in situ.
Así hemos ido haciendo diagnóstico árbol por árbol, y decidiendo lo que se queda y lo que se va. Durante un tiempo, el techo de ramas que se había formado sobre el sendero se perderá, y habrá huecos necesarios ahí donde el daño haya sido mayor. Pero de pronto nos encontramos con un dilema que no logramos resolver. La ética es así, la teoría es fácil, pero a la hora de bajar a la casuística, las cosas se complican.
Resulta que hay un pino enorme, un pino común, muy mexicano, sin atractivo especial y que crece rápida y fácilmente por aquí, alcanzando alturas considerables. Tenemos muchos, pero éste en particular es el objeto de nuestro desvelo, pues está infestado con el muérdago asesino… pero alberga en su cumbre la casa de un águila que decidió venir a habitar aquí. Llegó desde muy joven, y ha crecido bella y sana, a fuerza de comerse las tuzas que nos sobran y las carpas del estanque. ¡No queremos que se vaya! Siento que intervenir en su morada no es una buena idea, por lo que decidimos de momento dejar el árbol intacto, hasta que tengamos más claridad.
La fauna en la Huerta ha crecido y se ha diversificado de manera maravillosa, gracias a la recuperación paulatina del equilibrio ecológico en este micro espacio. De tener únicamente insectos y ratones, hoy observamos toda clase de aves, reptiles, peces y mamíferos. Todos son bienvenidos, y a la vez libres para ir y venir a su antojo. Pero este espécimen en particular es un lujo que no queremos perder. Desde hace años observamos a una pareja de águilas que volaban desde el volcán hasta nuestros estanques, pasando a saludar casi como un ritual vespertino. Un día vimos al aguilucho acompañarlos, y luego lo descubrimos pescando junto al puente. Que haya decido fincar con nosotros su residencia nos parece un honor que debemos respetar. Tengo la esperanza de que, leyendo esta historia, algún naturalista se apiade de nosotros y nos oriente para resolver.
NOTA: no hay foto de la protagonista de esta historia porque, como cualquier celebridad, es muy celosa de su imagen. Tendrán que creerme.