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De lo malo, lo bueno



Todas las plantas tienen sus amenazas. Cuando no son los elementos naturales, como el viento, el fuego, el exceso o la falta de agua, son animales que se las comen, insectos que les transmiten enfermedades y hongos que los matan. Ayer en la noche fue el vendaval. Soplaba como efecto especial de película de horror.

Los hongos son un peligro particular para las plantas. Pudren sus raíces, sus tallos y sus frutos, por lo que la lucha por controlarlos es permanente en una huerta. Doña Sabina probaba todo lo que crecía en el bosque y conocía sus efectos a la perfección, pero la prudencia popular invita más bien a evitarlos. Todos hemos tirado a la basura algún pan guardado durante el tiempo suficiente para que le crezca un ecosistema verde negruzco que provoca asco y miedo. Porque la invasión de hongos no suele ser bonita.


Hay un hongo en particular que a mí me parece francamente feo de vista, y por ello admiro al primero que se atrevió a probarlo. Seguramente muchos habían observado esa cosa negra que crece en el maíz, provocando la frustración del campesino que anhelaba la cosecha. Pero vino ese valiente, lo comió, le llamó huitlacoche y lo lanzó al estrellato de la gastronomía.

Los seres humanos, como una especie más en la diversidad, también sufrimos amenazas constantes. En general tememos más a los animales muy grandes o muy chicos, como si enfrentarse a un oso o una araña fuera más peligroso que enfrentarse a otro ser humano. Porque hay que admitirlo: somos “los inteligentes del Planeta”, pero con todo y ese cerebro pesado somos nuestros más peligrosos depredadores.

Las bacterias fueron durante milenios la causa de muerte más frecuente para las personas, y sin embargo nadie las había visto. Hasta que unos señores suficientemente listos para meterse en un laboratorio, en lugar de ir a la guerra, diseñaron lentes de aumento, inventaron el método científico y se pusieron a observar la micro-vida. Ahí estaban esos seres diminutos que eran causantes de tanto dolor.

Un día, uno de esos señores se fue de vacaciones y dejó su tiradero en el laboratorio.

Alexander Fleming en su laboratorio

Cuando regresó se encontró con que los cultivos que tanto había estado cuidando habían desaparecido. Pudo haber echado todo a la basura, pero como era curioso y de todos modos ya tenía ahí el microscopio, se puso a mirar. Un hongo había crecido en sus cajas de Petri y había matado a los bichos. Ese hongo se llamaba Penicillium chrysogenum, y el señor, que también tenía nombre (Alexander Fleming) acababa de descubrir la penicilina. Habían nacido los antibióticos, pero nos seguíamos matando unos a otros.

La cosa es que, cuando la situación es difícil, siempre hay quien decide sacar lo mejor de ella y así, durante la monstruosa Primera Guerra Mundial, mientras en los campos de batalla moría una generación entera de jóvenes valiosos, hubo quien prefirió ponerse a ayudar a los heridos, y gracias a esa espantosa conflagración hoy tenemos avances científicos y tecnológicos desarrollados precisamente a raíz del horror que se vivía en las trincheras. Van aquí cuatro ejemplos, todos ellos relacionados con la salud.

Primero: Las heridas que causaban las armas en esta guerra eran particularmente crueles. No era ya la lucha de un hombre contra otro, sino de un chamaco contra ametralladoras, bombas y gases venenosos. Las quemaduras, las amputaciones, los rostros desfigurados no se habían visto nunca antes. Pero de este sufrimiento surgió la cirugía reconstructiva que hoy hace milagros.


Segundo: En muchos casos los heridos morían desangrados, pues las armas no habían impactado un órgano vital, pero sí perforado una arteria por donde se salía el vital líquido. Ya desde el siglo XIX (en otras guerras, por supuesto) se habían empezado a hacer transfusiones, pero sólo un porcentaje pequeño de los transfundidos sobrevivía. Entonces hubo quien, en lugar de andar matando, se puso a estudiar la sangre y a experimentar con monos, descubriendo así los tipos sanguíneos y su compatibilidad. A partir de entonces, muchas muertes se han evitado gracias al simple protocolo de analizar la sangre antes de ponerse a compartirla.

Tercero: La logística en la guerra es toda una complicación, y los campos de cultivo estaban devastados, por lo que alimentar a la tropa era reto importante. Las latas para conservar los alimentos se habían inventado desde el siglo anterior, pero los soldados estaban tan desnutridos que enfermaban de cualquier cosa como si no hubieran comido en años. Buscando, buscando, se pusieron a ver cuál era la deficiencia alimenticia que causaba esta debilidad. Ya el escorbuto en la navegación transatlántica había advertido de la necesidad de ingerir cítricos, pero era necesario poder identificar y aislar el componente que proporcionaba esta protección para hacerla llegar a los soldados en una fórmula que pudiera ser trasladada y conservada como el alimento enlatado. Así surgió el descubrimiento de las vitaminas, su importancia en la alimentación, sus posibilidades de síntesis, etc.

Cuarto: Este último está relacionado con otro tipo de salud: la mental. Miles de jóvenes se enlistaban para luchar, pero no todos servían para lo mismo. Era necesario saber cuáles eran las habilidades (competencias, diríamos hoy) de cada uno, para asignarle una misión propia de su capacidad. ¿Qué tan listo es este chico? Eran los primeros años del siglo XX, el positivismo dominaba aún la estructura del saber, y lo que no podía contarse o medirse carecía de valor, de manera que había que desarrollar una métrica para la inteligencia.

En la armada de los Estados Unidos se pusieron a la tarea, y desarrollaron la una prueba a partir de ciertos parámetros que entonces se consideraron fundamentales. Nació así la famosa “Army Beta Test”, primer instrumento utilizado para medir el coeficiente intelectual, y con ella el desarrollo de pruebas psicológicas que permitirían conocer el funcionamiento de la mente y ayudar a las personas a relacionarse mejor con el mundo que la rodea.

La cirugía reconstructiva, los tipos sanguíneos, la importancia de las vitaminas y el desarrollo de los tests psicológicos son solo cuatro ejemplos de lo que el hombre puede hacer por otros cuando las cosas se ponen difíciles. En lugar de agredirnos unos a otros, tenemos la libertad para ponernos creativos y salir adelante mejorados. Hoy la especie humana está amenazada por un elemento natural - un virus - y otros muchos creados por nosotros mismos: la economía en crisis, el descontento social, la debilidad de los líderes, la intolerancia y la necedad. Quiero vivir cien años más para leer en los libros de historia cómo resolvimos este entuerto y qué pudimos sacar de ello. Porque de que se puede, se puede. Lo que pasa es que a veces, cuando está uno metido en la tormenta, es más difícil verlo. Hay que esperar a que pare ¡la lluvia, descansar, ver las cosas de lejos, y entonces de pronto... ¡Pum! ¡Ahí está!...

Confieso que con frecuencia me encuentro en el lado de la ceguera, pero siempre me mantiene la certeza de que el lado amable existe, que es cuestión de tiempo. No sé dónde se vende la paciencia, pero hay que tenerla. Ayer, sin ir más lejos, terribles vendavales corrieron sobre la huerta, doblando árboles, aventando los sillones de la terraza, tirando lo que quedaba del maíz, como si el dios del viento hubiera decidido barrernos de la faz de la tierra. Resguardada bajo techo esperaba encontrar todo destruido, pero cuando el viento amainó, salí a caminar y me encontré con las más hermosas vistas de lo que a diario miro, sólo porque Eolo decidió soplar en nuestra tierra, dejando un cielo limpio y un sol brillante que se reflejaba vanidoso en cada uno de los puntos donde mis ojos se posaban a agradecer.

“Esto también pasará”, y grandes sorpresas nos esperan del otro lado del puente.



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