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Cultivo en Invernadero



En los países alejados del Ecuador, los inviernos pueden llegar a ser crueles. Las temperaturas descienden muy por debajo del punto de congelación y no hay plantita que lo resista. Bueno, depende… En los polos, por ejemplo, no hay ni una sola. Pero en Rusia o Canadá, los pinos y sus hermanos son siempre verdes. Otros árboles siguen vivos, aunque pierden las hojas para evitar que la nieve las queme o las venza con su peso. Pero la hortaliza difícilmente sobrevive a temperaturas por debajo de los cero grados centígrados, y lo mismo ocurre con casi todas las flores.


Por fortuna, quieres viven en esas latitudes están adaptados al clima y no se les congela el cerebro como me ocurre a mí. Al contrario, creo que es cuando más lo usan. Dicen que la necesidad es la madre de la invención. El caso es que nuestros congéneres de las zonas frías necesitaban encontrar la manera de proteger sus plantas durante la temporada invernal, y crearon para ello un refugio donde resguardarlas. ¿Cómo llamaremos a ese lugar donde pasan el invierno nuestros cultivos? Se preguntaron. Con el cerebro ya entumecido tuvieron la brillante idea de llamarlo “invernadero”. No ganaron ningún concurso de creatividad, pero el término ilustra.

Invernadero de Huerta San José


Acá en el trópico sabemos poco de esos fríos, pero aún así llegan a caer algunas heladas que afectan a los cultivos. Los invernaderos originales están construidos básicamente con estructuras de metal o madera, cubiertas con vidrio para permitir que los pocos rayos de sol penetren y el calor no escape. Pronto se descubrió que estos recintos proporcionaban muchos más beneficios que la mera conservación de la temperatura, y que en climas más benignos no necesitaban ser tan sofisticados, de manera que se empezó a experimentar con otros materiales. La campeona por acá es la llamada “malla de invernadero”, especie de red muy ligera y orificios muy pequeños, de manera que permite el paso de la luz y el aire, pero no de los insectos malignos como la mosquita blanca, los ácaros y otros bichos.



El invernadero es un buen lugar para comenzar el cultivo. Una semilla necesita muy poco espacio y agua para germinar, lo mismo que la plántula joven, por lo que a veces la siembra directo en la tierra representa un gran desperdicio del vital líquido… y de las energías de quien sembró. En el invernadero podemos colocar las semillas en charolas de germinación o en almácigos, a una altura mucho más cómoda que el suelo, observarlas, regarlas y cuidarlas durante su primera infancia con los mimos que cualquier bebé necesita. De hecho, en los libros de jardinería y agricultura en inglés encontrarán el término nursery[1] para nombrar este cunero en el que nacen las plantas. Es un lugar donde los pequeños brotes reciben los cuidados de una enfermera atenta y compasiva.



El invernadero no necesita ser muy grande. A veces, con que quepa una mesa es más que suficiente, aunque los hay de muchos miles de metros cuadrados, como es el caso de los grandes invernaderos donde hoy en día se produce la mayoría del jitomate que consumen nuestros vecinos del Norte; (tomato lo llaman ellos) cultivado en nuestro país con la técnica llamada hidroponía, que no requiere de tierra para su alimento. El tomate es una especie a la que conviene especialmente cultivar en invernadero, pues es el favorito de la mosca blanca, una plaga mundial insidiosa que trasmite enfermedades y para la cual no se ha encontrado contrapeso orgánico suficiente. Protegidos en el invernadero y bien alimentados, los tomates crecen y florecen con facilidad. El problema se presenta cuando hay que polinizar sus flores para que se conviertan en fruto. Una de las funciones importantes de la malla de invernadero es precisamente evitar que entren los insectos a las plantas, pero mantienen fuera tanto a los buenos como a los malos, a las plagas y a las abejas. En los grandes invernaderos se introducen pequeñas cajas de cartón que contienen abejas para que realicen la tarea. Ignoro cómo mantienen el equilibrio de la colmena con ese sistema, si hay una abeja reina y si se produce miel, pero al menos las Melinas revolotean recogiendo y repartiendo el polen en sus pequeñas patitas para que esas flores amarillas un día sean tomates rojos. Pobres abejitas, siento que les falta su panal.


Cultivo de jitomate en invernadero en Querétaro, México. (Foto cortesía de Luis Jorge Arnau)

Nosotros encontramos otra solución: Si algo hay en abundancia en la huerta son abejas, y son nuestras amigas, así que por la mañana atrapamos unas cuantas y las invitamos a comer al invernadero, donde pasan algunas horas visitando y fecundando la floración, hasta que suena la sirena del fin de su jornada y salen libres y satisfechas para regresar a su cajón.


Nuestro invernadero es pequeño, pero en él hemos sembrado más de mil plantas esta temporada

El invernadero de Huerta San José es pequeño, pues no necesitamos más. Aquí comenzamos la siembra de lechugas, espinacas, arúgula, brócoli, huauzontle, calabaza redonda y larga, cilantro, perejil, chile poblano, jalapeño, serrano, güero, tomate verde, jitomate bola, saladet y cherry… Este año sembramos más de mil plantas en un espacio de unos 15 metros cuadrados. Conforme los cultivos iban creciendo, los íbamos trasplantando a sus camas de cultivo en el exterior, dejando solamente los jitomates en el invernadero para protegerlos de la mosca blanca, que es quizá su peor enemigo. Hoy crecen ahí 36 matas de jitomate de todo tipo, y aún tenemos espacio para iniciar la siembra de los cultivos de verano.


Los invernaderos nacieron para proteger a las plantas de las inclemencias del clima. Es el caso de la Orangerie, a las puertas del Louvre, que hoy alberga un museo y las oficinas de turismo de Paris, pero nació como una casa para proteger del invierno a las naranjas de los jardines de Tuileries. En los siglos de la Ilustración los europeos los usaron sin límite para cultivar y reproducir “plantas exóticas”[2] que iban coleccionando en sus paseos por el mundo. La aplicación de la ciencia, que explotaba despertaba en el Renacimiento y explotaba en los Siglos de las Luces se aplicaron a todo en estos recintos, controlando condiciones como la humedad o la temperatura para reproducir los ambientes naturales de estas “rarezas” y permitir así que cualquier güerito pudiera contemplar la flora del Amazonas, el Congo o Australia sin salir de su isla. Si la vida vuelve a permitir el turismo alguna vez, les recomiendo muchísimo visitar los famosísimos Kew Gardens, en las afueras de Londres, donde puede viajarse por selvas y bosques de todo el mundo sin salir al exterior.


Kew Garden, a las afueras de Londres
Una de las áreas al interior de los invernaderos de Kew Garden. Las personas nos dan idea idea del tamaño

El género humano está por salir de un largo invierno en el que requirió de cuidados especiales y protección contra las inclemencias de la Naturaleza. Guardados en un #QuédateEnCasa a veces obligatorio y a veces autoimpuesto, parece que la luz de la primavera comienza a vislumbrarse. Será un nuevo renacer, seremos trasplantados a nuevos sitios de cultivo, descubriremos que hay formas nuevas de vivir y crecer. Pero, antes de salir, valdrá la pena echar una última ojeada al invernadero que nos permitió sobrevivir, agradecer a los muros que nos dieron cobijo, sean amplios o angostos, altos o bajos, ricos o pobres, nuevos o viejos, y valorar que seguimos aquí, con vida para fructificar ahí donde nos toque estar.

[1] Enfermería [2] Por “exóticas” se referían a plantas venidas de fuera, no a bailarinas de criterio amplio y vestido breve.

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