Habitualmente enero es el mes de la planeación, de pensar qué queremos para el futuro y cómo lo vamos a lograr. Tras el descanso de la tierra viene la preparación para lo nuevo: limpiar herramientas, remover el fondo, adquirir semillas… El aprendizaje de años pasados debería servirnos para corregir. El brócoli creció grande y sano, pero no dio flor; cuando dejamos descubierta la hortaliza, los caracoles y los grillos acabaron con ella; debimos sembrar el huauzontle un poco más temprano; conviene que las macetas para el jitomate sean más grandes; hay que escalonar la siembra para que no madure todo al mismo tiempo… El sistema de cultivo sin excavar resultó excelente, la composta tuvo magnífica calidad, iniciar la siembra en invernadero fue buena idea, la ensalada diaria cosechada en la huerta fue una maravilla. Hubo aciertos y errores. Pero también hubo circunstancias ajenas a nuestra voluntad. No podemos controlar el clima, la visita de fauna hambrienta, los accidentes, las pandemias.
No nos gusta la incertidumbre, nos produce angustia, nos da miedo. Quisiéramos sentir que podemos controlar las situaciones, y para compensar nos contamos el cuento de que, si tomamos ciertas medidas, las cosas saldrán como las planeamos, pero esto no es más que un autoengaño para encontrar algo de paz, un truco para evitar confrontar al miedo. ¿Qué puede salir mal?, nos decimos, y la verdad es que todo puede salir mal. Por fortuna no lo sabemos con anticipación.
El miedo es inherente al ser humano. Sentimos miedo en el momento de nacer, y de ahí para adelante. Miedo a lo desconocido, pero también miedo a lo conocido. Si una comadreja se encuentra ante el cañón de una pistola, muy probablemente no haga más que acercarse a olisquearla. Nosotros en cambio reaccionamos con todo el organismo, porque sabemos cuál es la amenaza. El animal no teme a la enfermedad, porque no tiene un concepto de ella. Nosotros sí. Pero por fortuna, la hemos estudiado y descubierto formas de darle la vuelta, de prevenirla o curarla. El miedo aquí ha sido un aliado, el impulso que nos ha llevado a progresar, a extender la vida con calidad. Construimos techo sobre nuestra cabeza porque sabemos que la intemperie constituye un peligro para nuestra integridad. Sembramos alimento porque conocemos el proceso de cultivo y cosecha y prevemos su necesidad en el futuro. Con ello atenuamos el miedo a morir de hambre. El miedo es un aliado que nos protege, un motor importante en la vida. Pero hay cosas que escapan a nuestro control, y por más que queramos prever y planear, no podemos predecir el futuro
La incertidumbre es parte de la vida. No nos gusta, y preferimos eludirla, pero está ahí. Está siempre. Los especialistas en análisis de riesgo hacen malabar y medio para minimizarlo, pero saben bien que no puede evitarse por completo. Esto no significa que el cuidado y la planeación carezca de sentido, todo lo contrario: el ser humano, a diferencia de otras especies, puede hacer planes racionales, y no dejamos de soñar a pesar del temor a que las cosas salgan mal. La planeación y la incertidumbre conviven.
Ante el año que comienza me detengo y me cuestiono. Demasiado, dirían algunos. ¿Qué viene? Nos dicen que la pandemia está a punto de terminar. Nos lo vienen diciendo desde hace casi dos años, pero cada día escucho sobre contagios y pérdidas. Cerca, muy cerca… en mi propia casa. No, no puedo saber cómo será el año. Ni siquiera sé cómo será la semana… ¡vamos, no puedo prever qué sucederá esta noche! Pero con esa incertidumbre hemos vivido siempre, y aquí seguimos. La vida es como un juego: sabes que toca hacer dos tercias y una corrida, pero no sabes qué cartas te darán. Y con ellas hay que jugar. Cuando me doy cuenta de que he sobrevivido al no saber, que en realidad ése ha sido mi estado la mayor parte de mi vida, la paz vuelve a mi alma: se puede vivir así, planeando con entusiasmo y aceptando que a veces las cosas no son como las pensábamos. Miro hacia atrás y descubro cuántas sorpresas se me han ido presentando, gratas e ingratas, ninguna prevista. Pero sigo aquí. Creo que, si nos vencemos ante los escenarios adversos o la frustración y bajamos la guardia, lo más probable es que fracasemos. Hay que volverlo a intentar, una y otra vez.
No sabemos lo que nos depara el destino, pero necesitamos sentir que tenemos al menos una mano sobre el timón, que hay rumbo, a pesar de la tempestad. Por eso hacemos planes y nos planteamos propósitos año con año.
Tal vez no coseches lo que siembras… pero lo seguro es que, si no siembras nada, no habrá cosecha.