La tradición agrícola tiende al monocultivo. Se siembra o planta una sola especie, maíz, por ejemplo, o árboles de cereza, y se busca mantener la plantación lo más libre de otras hierbas como sea posible. Así ha sido desde que el hombre abandonó la vida nómada hasta hace muy poco, y en muchos sitios sigue siendo igual. Pero cada vez más se experimenta con la alternancia y la convivencia en el mismo terreno.
Tengo la horrible tentación de hablar sobre la historia de la agricultura, pero la ignorancia y la prudencia me llevan a contenerme. Estoy segura de que mis cuatro lectores saben mucho más sobre el tema que yo, así que mejor les voy a platicar cómo estamos experimentando con el “intercultivo” en la Huerta. Los ingleses (que como habrán observado, son mis maestros en estos asuntos) lo llaman interplanting, y consiste en plantar juntos diferentes tipos de vegetales, permitiendo así que se acompañen y protejan unos a otros. Por ejemplo, en una misma cama siembran hortaliza de hoja (lechuga, espinaca, arúgula…) con aquella cuyo órgano de interés es el bulbo o raíz (zanahoria, cebolla, betabel…) de manera que se aprovecha mejor el espacio y el agua, sin que el cultivo se vea afectado, pues cada planta tiene requerimientos diferentes de alimento y luz y toma lo que necesita, compartiendo amigablemente con los demás.
En la Huerta hemos hecho algunos intentos en el pasado, y la verdad es que no nos ha ido mal. Esto además nos permitía sembrar escalonadamente, para así tener cosecha todo el año. Por ejemplo, sembrábamos una línea de lechuga, luego otra de cebollín, seguida por perejil, zanahoria y así sucesivamente. Una tanda hoy y otra igual quince días después. Lo hacíamos directo en camas de cultivo diferentes a las de ahora, pero queríamos cambiar el sistema pues, al no tener invernadero, desperdiciábamos mucha agua durante el crecimiento, y los depredadores se comían la cosecha mucho antes que nosotros. Decidimos entonces intentar el cultivo en huacales, donde podíamos tener más control de plagas y depredadores a cambio de sacrificar la variedad, pues un huacal mide unos 35 centímetros de ancho por 50 o 60 de largo (como son artesanales, los hay de diferentes tamaños), lo que nos dificultaba la combinación de cultivos. Así se va aprendiendo, a base de experimentar. No es que sembráramos una sola cosa en toda la hortaliza; había un huacal de zanahoria, otro de lechuga, otro de betabel y así. Pero las paredes del huacal mantenían la separación entre ellos. Digamos que era como una aldea de desconfiados: cada quién en su casa, con su familia, y las puertas cerradas, no fuera a ser…
Hoy lo estamos haciendo de manera diferente. Trataré de ilustrarlo con un ejemplo concreto, esperando que así quede más claro. El 11 de marzo trasplantamos a las camas de cultivo 40 plantas de brócoli que habíamos sembrado en el invernadero a principios de febrero. El crecimiento fue impresionante, pues al día siguiente tenían casi el doble de tamaño, y han mantenido su desarrollo muy satisfactoriamente hasta hoy. Todavía no observamos brotes de floración, pero creo que tendremos una buena cosecha. El único cuidado que habíamos tenido hasta hace un par de semanas consistía en regarlas diariamente, y aún eso había empezado a ser innecesario, gracias a unas generosas lluvias tempraneras que nos regaló el cielo a principios de abril.
Como no hay plazo que no se cumpla, una mañana llegó el momento de prestarles mayor atención. A pesar de los cuidados que habíamos tenido, tales como colocar cartón debajo de la cama o cubrirla con malla para evitar la caída de semillas, algunas hierbas indeseables se habían colado aquí y allá, lo cual no es extraño pues la composta muchas veces contiene semillas que germinan cuando la humedad es la suficiente. Sin embargo, no todo lo que crece espontáneamente es malo. Hay un tipo de pasto que debemos retirar, pues cubrirá pronto el espacio y consumirá todo el alimento, pero en cambio es común que sobre el suelo se despliegue una verdolaga rastrera sin que nosotros hagamos esfuerzo alguno para tenerla. No sé de dónde viene, pero mi abuela decía que es capaz de crecer hasta en las banquetas de la ciudad. Esta verdolaga no sólo no afecta al brócoli, sino que lo protege al ocupar el espacio que otras malas yerbas podrían invadir, al tiempo que genera una cubierta sobre la tierra que evita la evaporación del agua en tiempos de calor extremo. Eso sin contar con que, llegado el tiempo, van a dar a nuestro plato, bañadas en salsa verde y acompañando cualquier proteína que hayamos podido cocinar.
Así pues, retiramos las malas yerbas y dejamos la verdolaga. Aprovechamos este trabajo para quitar también las hojas más bajas del brócoli, pues siendo las primeras en haber brotado, habían comenzado a amarillarse por la sombra que proyectan sobre ellas las hojas nuevas, y al estar tan bajas entran fácilmente en contacto con la tierra húmeda, convirtiéndose en vehículo para que se trepen hongos, ácaros y caracoles que no queremos ahí.
El caso es que, habiendo dejado libre el espacio, y observando que tanto el brócoli como la verdolaga crecen sanas y fuertes, decidimos aprovechar el pequeño espacio que queda entre una planta y otra para colocar unas plántulas de pimiento morrón que habíamos sembrado en el invernadero a finales de febrero. A tres semanas de esto, brócoli, verdolagas y pimientos crecen y conviven en paz, tomando y dando cada una lo que le corresponde.
A veces la convivencia pacífica demanda la delimitación de territorios. Este es tu espacio y éste es el mío, y si cada quién lo respeta, viviremos todos en paz. Es el caso particularmente de algunos especímenes del reino animal que no son bienvenidos en el vegetal. Como conejos y babosas no entienden muy bien el concepto, hemos tenido que erigir muros (de malla) para separarlos. Claro, hay que entender que se acercan porque tenemos algo que quieren consumir, así que tratamos de atender a sus necesidades satisfaciéndolas de otra manera. Por eso los arriates de flores y algunas ensaladas de hoja verde están a su disposición en los límites de la hortaliza.
Yo tengo un conflicto no resuelto con algunos de estos especímenes. Por más que trato de explicarles que, donde comienza el cemento y las líneas rectas empieza mi territorio, algunas víboras, alacranes, tejones y arácnidos de aspecto repugnante insisten en invadirlo. Tal vez no todos son venenosos, pero yo soy ignorante, y por eso los prefiero a todos fuera. Generalmente eso es lo que pasa, que nos falta información, que lo diferente nos parece peligroso. Creo que tiene que ver con asuntos evolutivos, pero como yo no había nacido aún en el Pleistoceno, no lo puedo explicar muy bien.
Los conflictos generalmente vienen de necesidades diferentes que parecen irreconciliables. Si en lugar de pelearnos tratamos de entender qué necesita el vecino, tal vez podamos ayudarnos mutuamente y crecer juntos en lugar de matarnos unos a otros. Lo diferente nos resulta amenazante por desconocido, pero si perdemos el miedo y nos atrevemos a mirarnos, podemos convivir en paz…