Hoy toca hablar de esa maravilla de la ingeniería que son los pies. Desconozco la proporción que guardan en cuanto a volumen en relación con el resto del cuerpo, pero es claro que soportan todo su peso. No, no es tan obvio, no lo den por hecho y conocido. Solo imaginen por un momento que colocan sobre el piso, digamos… una pechuga de pollo, de las que se compran en la pollería. Voy a asumir que equivalen más o menos al volumen de mis pies. Abrimos la pechuga, con todo y hueso, por la mitad, en “mariposa”, como dicen los carniceros, y la ponemos en el suelo. Acto seguido nos paramos sobre ella. Los invito a hacer el experimento y ver lo que pasa. Hagámoslo más simple: sobre esa misma pechuga de pollo coloquen tres o cuatro cubetas de pintura, de las de 20 litros… es decir, pongan sobre ellas un peso de 60 a 80 kilogramos. ¿Cómo quedaría la pobre pechuguita? Si dudan del esfuerzo que implica, intenten cargar esas cuatro cubetas de pintura al mismo tiempo. ¡Yo no puedo ni con una! ¡Y mis pies cargan ese peso todos los días, sin reclamarme!
Esto del peso sobre los pies, y en particular sobre las plantas de los pies, es algo trillado. Todo el mundo lo ha pensado alguna vez. Pero es más complejo que simplemente cargar peso. Al correr, por ejemplo, el golpe contra el piso equivale a casi cuatro veces el peso de la persona. Y luego, una cosa es levantar un peso, aguantarlo por un rato, y otra muy diferente soportarlo eternamente. Es como ese video motivacional que circula por ahí en el que un profesor le pide a un alumno que sostenga un vaso de agua. ¿Cuánto pesa el vaso?, pregunta el maestro. La idea es que si lo levantas sólo para tomar agua, la cosa es fácil, pero si lo sostienes por un rato largo empiezas a cansarte, y si lo mantienes así todo el tiempo, acabas por lesionarte. ¿Lo han visto? Bueno, pues los pies cargan nuestro peso todo el tiempo. Nuestro peso más el que le sumamos cargando la bolsa, la computadora, la compra y los lentes (todo pesa).
No solo soportan nuestro peso los pobrecitos, sino que además nos trasladan. Es curioso esto de caminar: resulta que es más cansado mantenerse de pie que caminando, siempre y cuando esto se dé a un paso conveniente. La razón es simple: mientras estamos de pie, la gravedad actúa a todo lo que da, no solo atrayendo nuestra masa hacia el suelo (con los pies entre la tierra y nosotros), sino también la sangre que circula por nuestra humanidad, acumulándose en las extremidades inferiores sin piedad. Cuando caminamos a buen paso, en cambio, la circulación se estimula, liberando nuestras plantas de la presión excesiva, además de que el movimiento y la presión variante constituye un masaje liberador para los pies. Claro, siempre y cuando la longitud y el tiempo de la caminata sea razonable y los zapatos sean los indicados. Recorrer el Camino de Santiago no es lo mismo que darle una vuelta a la manzana. Y hacerlo con tacones sería una soberana estupidez. Si no me creen, pongan atención la próxima vez que tengan que hacer una larga fila o esperar por mucho tiempo al transporte en la esquina. En esas circunstancias yo aplico la postura del flamingo: me paro un rato en un pie y doblo la otra pierna para dejarla descansar, y luego alterno. Pero lo que me ayuda en realidad es dar unos pasos.
Ahora que, si esos pasos se multiplican y los zapatos aprietan… Todos hemos vivido las consecuencias de un viaje pesado, no necesito describirlo. En lo personal sufro terriblemente de ampollas (les estoy contando todas mis intimidades). No hay viaje en el que no las padezca. La piel de la planta de los pies es muy especial: es particularmente gruesa, para aguantar el maltrato que le damos, y a la vez increíblemente sensible, para poder proporcionarnos un infinito de información, de la que hablaré más adelante. Ahora estamos con las ampollas. A base de convivir con unos pies extremadamente delicados, he ido aprendiendo qué los fastidia. Es una combinación de muchas cosas, pero las principales causantes de mis males son tres: una piel delicada, hinchazón debida a la acumulación de líquido en la parte inferior (de nuevo la gravedad) y zapatos inadecuados. El resultado son unas ampollas sanguinarias que me obligan a incluir farmacias en todos mis itinerarios.
Pero, así como son delicados mis pies, son también terriblemente valiosos, y no sólo porque me llevan a todos lados, sino porque me proporcionan un infinito de información útil, mucha de la cual ni siquiera soy consciente. ¿Se han puesto a pensar cómo es que podemos mantener la vertical sobre soportes tan pequeños en relación con el resto del cuerpo? Traten de parar una Barbie sin recargarla en algo y verán que no lo logran. Y no es que el pie de la Barbie esté diseñado para el tacón; yo también puedo pararme de puntitas, y no me caigo. ¿Cómo le hago? Lo logro gracias a una computadora sofisticadísima que tiene la mejor conectividad existente: mi cerebro se entiende muy bien con mis pies. Un pie humano tiene más de 7,000 terminaciones nerviosas, mismas que perciben la más mínima diferencia en presión, temperatura y otros datos, información que se envía al cerebro mucho mejor que la más sofisticada fibra óptica. Con esta data, (más la que le llega del oído) el cerebro sabe si nuestra postura es vertical, si la inclinación puede compensarse ordenando a los músculos de las extremidades fortalecerse en determinado punto y si el piso está tan caliente que más vale quitarse de ahí. En términos generales, esta comunicación sucede sin que nos demos cuenta. Mantenemos el equilibrio y no sabemos por qué. Un ejercicio que ayuda a darse cuenta de esto consiste en ponerse de pie con los ojos cerrados y concentrarse en las sensaciones de las extremidades inferiores. Después de un rato no es difícil que nuestro cuerpo empiece a balancearse, pero entonces entran en acción todas las funciones correctivas de los pies, que hacen conciliábulo con la cabeza para evitar la caída.
Esta multitud de sensores son la terminal remota de todos sistemas del organismo, de manera que las plantas de los pies, y el pie en su conjunto, están conectados con cada uno de nuestros órganos, situación que las convierte en un esquema de la totalidad del cuerpo. Este es el principio de la reflexología, técnica terapéutica que consiste en la estimulación del organismo mediante masaje podal. Quienes están capacitados para ello pueden incluso hacer diagnósticos, y desde luego aliviar malestares que parecen no tener relación alguna con los pies, simplemente mediante la manipulación de éstos, la presión y el masaje.
Pero no hace falta ser un experto para darles a nuestros pies un tratamiento reparador, agradecerles su servicio y asegurar que nos lo sigan dando. Aquí va una receta infalible.
El primer paso consiste en llenar una pequeña tina (cualquier recipiente en el que quepan nuestros pies) con agua tibia, y agregar cuatro o cinco gotas de aceite esencial de lavanda. Remojas en ella tus pies durante un rato, tanto como quieras mientras te sientas cómodo. Después los sacas y los secas un poco, no totalmente, sino sólo con unos toques de la toalla. A continuación tomas un poco de Humectante de Lavanda de Huerta San José y lo untas en la superficie completa de tus pies, dando un masaje tan suave o fuerte como ellos te lo vayan pidiendo. Es increíble cómo el instinto nos dicta con toda claridad dónde sobar más o menos y en qué sentido hacerlo. Sentirás un descanso y placer inmediato. Al contener lavanda, este humectante aporta sus cualidades terapéuticas, por lo que te ayudará a desinflamarlos y quitar el dolor. El aroma además te irá relajando, por lo que te recomiendo hacerlo al final del día. Finalmente, levántalos por unos minutos sobre un par de almohadas o cojines, o recárgalos sobre la cabecera de la cama o el brazo de un sillón. De esta manera ayudas a que la sangre y el agua acumulada por la gravedad regrese a su lugar, y tu descanso sea mayor. Este tratamiento te garantiza no sólo alivio para tus pies, sino un sueño profundo y reparador, gracias a la acción de la lavanda.
Y como propina, te cuento que la lavanda tiene propiedades antifúngicas, por lo que la aplicación de este humectante te ayudará a evitar el molesto pie de atleta y otros problemas causados por hongos.
Feliz descanso y buenas noches para tus pies… y todo lo que cargan.