Los ciclos no se cierran de golpe, con un carpetazo, como lo hacíamos en la escuela al sonar el timbre que invitaba al recreo. El fin de ciclo se va anunciando, paulatina y discretamente, dando tiempo al sistema para prepararse. Así siento este noviembre, como advirtiendo que el final de algo se acerca. La cosecha ya fue levantada y la tierra descansa. El viento sopla como queriendo llevarse lo que ya no sirve. La miel y las mermeladas están envasadas, la lavanda y el romero son ya esencias para compartir. ¿Qué sigue?
La naturaleza humana es también Naturaleza. Más íntima, menos cierta, con su parte de misterio y de evidencia, pero naturaleza al fin. Al mirar los campos vacíos, la tierra yerta, los troncos desnudándose sin pudor, siento que algo se acaba y no logro distinguir qué es. Experimento una necesidad de descansar, dejar pasar, esperar… y a la vez una sed insaciable de miradas y palabras de amor, de expresar gratitud y devolver al mundo el alimento recibido. Creo que tengo el corazón en composta: todo lo vivido en los últimos quinientos días (sin las 19 noches de Sabina), necesita reposar, descomponerse lentamente, alimentando esos microorganismos que son las emociones reprimidas, para que puedan convertirse en abono que nutra lo que ha de venir.
Media apenas el otoño, y sin embargo nos sentimos ya cerrando el año. Como el tendero que surte el barrio, comenzamos a bajar la cortina, levantar trebejos y prepararnos para partir. No es de noche aún, pero el sol muestra ya una pereza que invita a disminuir el ritmo y sacar la cobija. Pero irse a la cama sin cenar ha sido siempre una amenaza de castigo, que no me pienso imponer. Hay que alimentar el alma antes de apagar la luz. Y desde luego, dar las buenas noches. Eso será este diciembre que toca a la puerta: acercar el corazón a los quereres de siempre, agradecer las caricias del alma, mirar a los ojos e intercambiar historias, contarnos cuentos en voz baja y desearnos buenas noches y dulces sueños. Se acerca la hora de dormir, para descansar y repararnos, para esperar que el sol vuelva a brillar. No es de noche aún, pero los ciclos no se cierran nunca de golpe. Hay que empezar a preparar. La noche siempre anuncia un amanecer.